En la casa de François Ozon: narrativa como reality show

affiche1Dos cosas me gustan de En la casa (Dans la maison, 2012), penúltima película de François Ozon: 1) el registro meticuloso de cómo es un proceso de escritura creativa 2) la reivindicación de la narrativa como forma necesaria de cultivar el morbo.

Para ponernos en contexto:  está Germain (Fabrice Luchini), profesor de literatura aburrido, que no cree mucho en las capacidades de sus alumnos, y está Claude García (Ernst Umhauer) alumno talentoso que destaca del promedio con sus ejercicios escolares, en ellos cuenta cómo se ha vuelto amigo de una familia aburrida y burguesa, los Artole, y hace la crónica de esta familia con mala leche y pulso socarrón. Aquí entra el juego del taller literario: Claude describe al padre de los Artole (Denis Ménochet) como un payaso en pants que sólo habría sido posible en la comedia de los Cohen Burn After Reading hasta que el maestro Germain lo corrige a un tratamiento más sutil, la cámara de Ozon se regodea en mostrar las dos posibilidades del personaje y con ello las sutilezas de una escritura que transita de la farsa a un humorismo más elegante. Así también, por recomendaciones de Germain, Claude decide poner énfasis en crear con más matices al insípido (Bastien Ughetto en cumplidora faena de parecer hobbit filmado por Chabrol) o concentrarse en lo que verdaderamente le interesa de esa casa, lo que desborda el juego literario hacia la intriga erótica por Esther Artole (Emmanuell Seigner), una contenida Emma Bovary en busca de su Raymond Radiguet.

dans-la-maison-06Aquí entra el segundo atractivo de la película: cuando Ozon sugiere que una narrativa atractiva también es una narrativa fisgona, que promueve el morbo, con toda su insalubridad.  Se suele despreciar al morbo como jugador importante de la narrativa literaria, la necesidad de elevarla a lo institucional lo desdeñan como parte lamentable de la naturaleza humana, pero mucho de los motivos por los que se leían y se siguen leyendo novelas tienen que ver con él; la novela por entregas (lo mismo que hace Claude desde sus ejercicios escolares) se basaba en esa intriga que cada semana actualizaba los horrores, las revelaciones o las resoluciones de los protagonistas de las novelas más memorables. Ese morbo operaba como estímulo para que los autores escudriñaran zonas incómodas o poco exploradas de los individuos y sus sociedades: en el siglo XIX les horrorizaba y fascinaba reconocer el proceso mental que llevaba a una mujer a cometer adulterio (Madame Bovary y Anna Karenina), el siglo XX angustiado por la Guerra Fría quería conocer los secretos de los espías (Green) o los luchadores sociales al borde de la revolución (Michaux); las sociedades pop se escondían para leer el desparpajo adolescente (Salinger y Sagan) o de los yonquis al límite (Kerouac); hasta las expectativas más intelectuales y refinadas buscaban culpa y regocijo en la elaboración morosa de procesos mentales como el flujo de la conciencia (Ulises) o la elaboración desordenada pero reveladora de la memoria (Proust); todo tenía el interés primitivo de un lector que quería acercarse a experiencias en apariencia lejanas de su cotidianidad. La novela ha perdido el morbo en la medida que se ha institucionalizado y se ha convertido en un ejercicio autorreferencial que describe cómo nuestros escritores favoritos sobrellevan sus enfermedades crónicas mientras reflexionan sobre glorias literarias ya muertas. Eso no ha hecho olvidar el interés genuino de la novela, aquella que aludía a la intriga menos digna de orgullo. A esa literatura alude Claude entrometiéndose con los Artole, y a esa recepción del lector morboso alude Ozon al convertir a Germain y a su esposa Jeanne (Kristin Scott Thomas) en lectores primitivos hasta lo ingenuo, que necesitan de cada nuevo capítulo para indagar sobre quienes no son ellos, o en quienes se reflejan. El morbo más silvestre hacen al matrimonio intelectualoide de los Germain seguir esta crónica malsana, los manipula hasta que las entregas se les convierta una necesidad vital, como le pasaría a los lectores decimonónicos que seguían a Dickens o Conan Doyle (o como ahora seguimos a Mad Men o a Breaking Bad mientras la narrativa literaria contemporánea sigue tomando antiácidos y aspirinas).

dans-la-maison-2012La práctica creativa que Ozon promueve es la de una narrativa que deviene reality show. Ozon insidioso obliga al interés de las partes menos luminosas de los Artole, en cómo contienen sus pulsiones sexuales, en cómo navegan pacíficos y sonrientes por una mediocridad que Raymond Carver tan bien supo escribir; un potaje de insatisfacciones incapaces de estallar y que necesitan de la pluma de Claude para tener sentido. La familia Artole importa porque Claude la escribe; dejará de importar cuando este Radiguet mustio fije su concentración en otras personas/personajes. Ozon presenta una poética del morbo y la decadencia disfrazada de funcionalismo clasemediero, como ya lo había hecho en Swimming Pool (03) o en Gotas de agua sobre piedras caliente (00). Y deja al espectador como al matrimonio Germain: ansioso de su siguiente entrega, que según se sabe, tiene a la hermosa Marine Vacth desnuda muchas horas-pantalla. A ver corriendo, con el morbo a todo lo que da.

Un pensamiento en “En la casa de François Ozon: narrativa como reality show

  1. marichuy dice:

    De mis films favoritos en 2013. Me gusta el tono con el que está narrado. Me gusta que Ozon juega con la perversión sin jamás lindar la vulgaridad. Y me gusta cómo dirige a sus actores. La forma en cómo mira, entre la agudeza y el desdén, a la familia clasemediera me recordó un poco a Chabrol. Y muy buenas actuaciones de Luchini y del chamaco que hace de Claude.
    Saludos

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