No entiendo por qué a la gente le chocó esta película que es de risa loca. O bueno, sí lo entiendo, y es que muy fácilmente se confunde su tema, la pedantería, con el propósito de hacer una película pedante. En este caso combinan tema y propósito y ahí la gran insolencia. En Todo mundo tiene a alguien menos yo (Raúl Fuentes, 2012) les venimos manejando blanco y negro de ultraestética nouvelle vague, protagonistas ultraposadísimas y sin salirse de la rayita como si las filmara Winding Refn (aunque a la hora la puesta haya salido más semejante a Paul Leduc), infomercial de chelas y cinemexes cuidando que los logos se vean claros y obvios y contundentes, hartas referencias para la bonita trivia estarbuquera y un tema tan candente como cute (o viceversa): el lesbianismo guapo que ya no se desgarra en ser rebelde porque el mundo las hizo así, sino que retozan la moda de ser rebeldes porque no siguen a los demás y porque se quieren hasta rabiar.
Pero Todo mundo tiene a alguien menos yo es mucho más que una colección de fotos de tumbrl en movimiento: contiene una historia de amor triste y absurda, como suelen ser las historias de amor. Hay una editora de libros recalcitrante, Alejandra (Andrea Portal), que se liga a una adolescente salvaje, María (Naian Daeva) y en medio de su romance tienen diálogos de los que se llaman punzantes y en realidad rozan lo mamón: colección de clichés para hacer más afectado un romance ambiguo, que ni siquiera se atreve a ser doloroso. Pues justo donde la película descuella de su pretensión es en el personaje más pretencioso: Alejandra, tan guapa como sangrona, tan necesitada de afecto como incapaz de mirar más allá de su idea naiz de la levedad erótica. La genial actuación de Andrea Portal, que sabe sacar el pecho o sumir los hombros según su personaje se ostenta o tropieza con su arrogancia, convierte a esta película, en apariencia banal, en desolada descripción naturalista de una amante caricaturesca.
Entre el patético por estoico Aschenbach de la Muerte en Venecia (ya sé, ya sé, estoy comparando con el genial Visconti y pues básicamente qué miedo) y la patética por contenida Alejandra hay un coqueteo temerario: ambos personajes atrapados en ideas de la belleza pero incapaces de relacionarse con ella cuando la tienen enfrente; ambos desconcertados ante el impulso de la juventud, tan estúpida como lúcida, pero donde Visconti (y por eso es Visconti) sabe llevar a su animal grotesco a la total decadencia, Fuentes, aún titubeante de su narrativa, opta por el cinismo y sitúa a su personaje en un limbo de búsqueda erótica desganada, un poco el merodeo aséptico de los niños Bruno y Michel de Las partículas elementales de Houllebecq. No debe perderse que Todo mundo tiene alguien menos yo prefiere mantenerse entre la comedia y el preciosismo; no hay que exagerar el drama cuando en blanco y negro de erotic art todo se ven más bonitos.
Aun así, la película logra su cometido: artificiar el cult movie de la alteridad, ilustrar una Ciudad de México clasemediera y nostálgica, hacer un primer ensayo de personajes que en su caricatura resuelven la sexualidad contemporánea: incomunicable, titubeante, aunque muy pero muy cute.