Debía hacer una entrevista, redactar una lista de las 10 cosas basuras que debes hacer para tener una vida basura, sacar una cita médica… y entre tanto ajetreo era mejor tomar un taxi.
Tocó un chofer gordo, recio, tirando a calvo, de jeans sucio y camisa mal planchada. Uber nunca lo hubiera reclutado, pero gracias al clientelismo chilango puede practicar el ruleteo old school. Desde antes de abordarlo se le veía hablando solo y fue lo que me dio confianza poética. En los treinta minutos de viaje -hubo embotellamiento en Insurgentes y Mixcoac y todo se atrasó un horror- lanzó una nutrida perorata; enredadísimo consignarla toda, pero entre bufido y bufido fue opinando que:
No, el principio se me escapa. Tenía que ver con una manifestación en Reforma, le mentó la madre a los manifestantes y después se arrepintió porque pobre gente, tantas penurias que pasan en la ciudad.
Tampoco recuerdo bien cómo despotricó contra Uber y cómo le quitaban su trabajo, esa es moda de fufurufos, eso sí recuerdo que dijo, usó la palabra fufurufos, fufurufos que ni conversan por estar chinga-y-jode con su celular —entonces guardé mi celular—, «pero peor cuando lo guardan, puro mirarte desde arriba, como si esperaran su puta agüita. Yo pienso que para qué tanta diferencia si al final vamos a morirnos todos, que no chinguen, va a caer la maldita bomba y ni sus celulares los van a salvar».
Ahí presté atención. El taxista estaba convencido de que tarde o temprano Donald Trump lanzará la maldita bomba, y ya hasta había calculado: destruido Reforma, Polanco, la Roma-Condesa y, por supuesto, Los Pinos. «Nomás los jodidos vamos a salvarnos. La maldita bomba no va a tocar Iztapalapa, no va a tocar Martín Carrera, no va a tocar Tláhuac: yo se lo digo, ahí nomás se acuerda de mí».
—Pero ya, ya, ya, —golpe al volante con cada ya—, que de una vez Trump arrase con todo ya. ¿Qué se va a perder en la Condesa? Puros argentinos. ¿Qué se va a perder en la Zona Rosa? Puro puto y puro coreano. ¿Qué se va a perder en Polanco? Puro judío. Pero en Iztapalapa, le digo, ahí puro mexicano. Y los de ahí nos vamos a salvar.
Las redes sociales tienen el defecto de hacerlo a uno mesiánico e inculcador de valores, y ya iba a indignarme y a decirle que no dijera eso y que qué barbaridad, cuando llegamos al embotellamiento. El refunfuño del chofer ahora fue contra los proyectos viales de Mancera y el caos en el que tiene a la ciudad. En algún momento llegamos junto a un edificio a medio construir, en el espacio donde antes estuvo el cine Manacar.
—Ese edificio: de puro chino. Mi única esperanza es cuando quede destruido: chingo de lana que van a perder los chinos. Y me río. Sólo quiero ver sus caras. Los van a destrozar.
Segundo motivo por el que no lo corregí: de inmediato recordé a mi padre y su cruzada privada contra los zapatos chinos. A él le disminuyó el trabajo en su taller porque ya no hay zapatos buenos para arreglar: «pura mugre china». Y me vino un recuerdo algo lejano: de cuando yo era niño, y veíamos Siempre en domingo y aparecía Camilo Sesto o Miguel Bosé. Mi padre ni dejaba escucharlos porque era puro despotricar: «estos gachupas que ni cantan. Nomás vienen a robarnos el dinero. Tendrían que poner un guardia en las aduanas. ¿Vienes a robarte nuestro dinero? No, papacito, entonces de regreso. Aquí no hay nada qué robar».
Más allá de que se volvía un suplicio mirar la tele con mi padre al lado, ahora me llegaba una idea pavorosa, que se extendía al colérico chofer: ESTABAN DICIENDO EXACTAMENTE LO MISMO QUE DIRÍA TRUMP. ¿Eso hará de mi padre un genocida? ¿Eso haría del taxista un exterminador? Como si adivinara mis temores —tres autos para cruzar Insurgentes y los de tránsito detuvieron el paso—, el taxista continuó:
—…un presidente como Trump. Eso le falta a este país: un presidente como Donald Trump. Que se deje de idioteces, que deje de robar al pueblo, que ya no nos vea la cara. Que diga: prohibida la entrada a quien venga a robarnos y a chingar. O si no lo quieren los mexicanos, que lance ya la maldita bomba. Imagine destruido esto, todo Insurgentes. Pero a los de Iztapalapa ni nos van a tocar.
¿Por qué estas personas, por otro lado no infames (no lo sé del chofer, pero puedo asegurar que mi padre es un pan de Dios) podían manifestar esta xenofobia horrible? Me contesto enseguida: por inseguridad, por miedo, porque se ofuscan ante los lucimientos de los extraños y prefieren sus espacios seguros, de personas reconocibles, que no deben hacer el esfuerzo de descifrar. Ahí está una de esas oscuras fascinaciones que pone a filósofos e historiadores a estudiar el nazismo: la idea de una sociedad que desgasta su tolerancia y su templanza para relacionarse con los otros, y que entonces muy fácil se deja llevar por un orate que gobierna a golpe de ocurrencias y terror, como en su tiempo fue Hitler, como ahora lo es Donald Trump. Capaz es mucho más difícil mantener el equilibrio -casi siempre imperfecto, injusto, hasta ladino- de las democracias, que estas tablas rasas, inclementes, de dictadores con ideas pobres pero seguras de tan esquemáticas: la bondad de los nuestros, el peligro de esas sombras fantasmales -judíos, mexicanos, coreanos, Miguel Bosé- que amenazan nuestra pírrica tranquilidad.
—¿Usted imagina lo felices que seríamos con un presidente como Trump? ¿A la chingada los que no sirvan y quedarse los que debemos quedarnos, que nos proteja Trump?
—El problema es que este Trump no va a protegerlo a usted. Y que la bomba deja radiaciones. Va a tener nietos con cara de sapos —hasta entonces me atreví a opinar.
El taxista se rió. «Pues si ya tengo cara de sapo, ¿qué va a ser peor?» A esas alturas ya íbamos llegando a mi destino. Noventa pesos porque el tráfico retrasó todo. El taxista siguió su perorata solitaria. Cara de sapos, qué puede ser peor. Ya le tocaría a otro escucharlo disertar sobre una ciudad batracia que pide la justicia de un cruel exterminador.
[…] Por: El rufián melancólico […]
Así es Carlitos, esos votaron por Trump… Y están agazapados esperando que suceda lo que se les prometió, porque no se atreven a salir y exhibirse como idiotas. Lo que querían está claro, ¿Cómo hacerlo? Se atrevió el más idiota a intentarlo y ahí está recibiendo pastelazos.