José Antonio Meade: el mismo puto candidato de hace cien putos candidatos

2017 ha sido un año tenebrosamente retro para México. La mejor frase para describirlo fue de Edwin Gost, el amigo de Kevin Miranda, aquel adolescente que grabó el sismo en la Secundaria Técnica 113 con riqueza de léxico y emoción:

«El mismo puto año de hace cien putos años», El dislate de Edwin cifra el fatídico eterno retorno del país. No sólo se repite el sismo, también las formas arcaicas en que el partido en el poder unge al candidato que cada seis años aspira a la presidencia del país:

El eterno retorno no funciona en círculos cerrados sino en espirales que actualizan el mismo puto ritual de hace cien putos rituales. Según José Elías Romero Apís, el ritual del Tapado inicia, parafernalia completa, con la designación de Adolfo López Mateos por su tocayo Ruiz Cortines.  El dedazo estaba denenantes, cuando Venustiano Carranza eligió para sucesor al insípido ingeniero Ignacio Bonillas, pero Ruiz Cortines inventó el ajedrez de la especulación, cuando a todos les dijo que sí pero no les dijo cuándo, y echó a andar una mitología que se repitió cada sexenio, hasta que llegó al poder el panismo, y que vuelve este año, con el poder de nuevo priista y el presidente en turno con todos los peones, alfiles, caballos y reinas para jugar.

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El Tapado priista sobrepasa la adivinanza: mientras se reconocen y decodifican las señales, los contendientes escenifican la templanza, la disciplina, la moderación del entusiasmo o del rencor, según les va en la feria. El libro La herencia. Arqueología de la sucesión presidencial en México de Jorge Castañeda es ilustrativo y chismoso del tema. Entrevista a los presidentes mexicanos desde Echeverría hasta Salinas de Gortari, para saber cómo eligieron y cómo fueron elegidos, y avienta alguna hipótesis sobre el proceso de sucesión. Habla de destapes anticipados (el Presidente tiene un delfín, lo arropa, lo mima, cuida que no se tateme y lo encauza) y destapes por descarte, en el que el Presidente va desechando aspirantes hasta quedarse con The Ni Modo Pero The One.

El primer caso es el que ejecutó Enrique Peña Nieto con José Antonio Meade. Por algo el ungido hizo fama de chapulín cuando saltó de Relaciones Exteriores a Desarrollo Social a Hacienda.

Los retablos del 27 de marzo parecieron calcar los otoños de 1975, 1981, 1987 0 1993: la renuncia del delfín a su cargo como seña inequívoca de su postulación, la cargada emotiva e irracional, la litúrgica visita de las siete casas —los sindicatos charros de CTM, CNC y CNOP— para recibir avales. «Quiero que me hagan suyo» casi gimió en ansiedad pornopolítica, antes de dejarse mimar por la perrada.

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¿Hay diferencias con destapes anteriores? Al menos una de asombrosa estrategia: el ungido no es militante, sino «simpatizante» del PRI, y la independencia es novedad: el PRI postula a un indie y así se adelanta a las fatigas para conseguir firmas de Margarita Zavala de Calderón, El Bronco, Pedro Ferriz (mi vido) y la zapatista Marichuy. La no militancia de Meade casi lo haría tan millennial y alternativo como Pedro Kumamoto: nomás le falta andar en bici, usar converse y tener un ejército de youtubers listos para hacerlo cagadito en las redes sociales (los están buscando, CalloDeHacha y Chumibebé).

La no militancia de Meade también le da la vuelta al triste Frente Ciudadano de Anaya y las sobras del PRD. Y es que la candidatura de Meade, antes funcionario del panismo, sugiere un nuevo Frente Prianista, al que ya se suman las derechas a las que no les da asquito las concertacesiones.

Pero fuera de ahí: la misma puta cargada de hace cien putas cargadas. Y los mismos putos elogios de hace cien putos elogios. Ricardo Alemán ya lo llamó «el verdadero candidato ciudadano», Guadalupe Loaeza dijo que le gusta su sonrisa, «una sonrisa fresca, modesta y muy cálida», León Krauze lo supuso «un adversario intelectualmente formidable» y Pascal Beltrán del Río hizo la onomástica de su apellido y lo encontró casi tataranieto del médico de Isaac Newton.

Casi se extrañaría el descaro oficialista de Jacobo Zabludowsky, tan disciplinada la lambisconería, tan elegante su ejecución.

Tan devastador como el sismo será la nueva y misma marrullería del PRI: cuando venda a Meade como un priista-no priista vegano, orgánico, libre de gluten, ciclista, pet friendly y kawai. Ya se verá cómo los marqueteros rediseñan este producto que las columnas ya lo venden como culto, preparado, fresco; el personaje que queremos ser cuando hacemos los tests de buzzfed.

Nomás no hay que engañarse, y ahí vale recuperar la iluminación del buen Edwin Gost: José Antonio Meade es el mismo puto candidato de hace cien putos candidatos.

Con su destape el año funesto de 2018 acaba de empezar.

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