Amy Schumer, comediante-neoyorquina-guapa-rolliza, anuncia desde su pinta el ejercicio fílmico del body-positive que tan bien deja a las buenas conciencias y tan feo evidencia a los que se nos escapa la incorrección: pelis-para-gordis. Exacto, el regaño iría implícito desde la propuesta. Luego entonces vas con muchas pinzas a ver I Feel Pretty (Sexy por accidente le pusieron en español, para seguir con estas correcciones / incorrecciones tan de moda para entrecejear) a practicar la risa inclusiva, que tan bien combina con los likes y los emojis asertivos de cualquier red social.
Amy Schumer se sabe estandarte de cierta noción estética e ideológica de las mujeres y sus cuerpos y se encarga de exagerarla, destruirla, confundirla. No se conforma con ser una simpática comediante chubby size que tendería al melodrama; aprovecha la facha para devastarse con inseguridad, escepticismo, esperanzas que se creerían imposibles, apología de los perdedores y sexualidad pronta y ansiosa.
I Feel Pretty (Silverstein y Kohn, 18) quisiera parecerse más a las comedias románticas de los ochenta que a las chik flicks del nuevo siglo, tipo Loca por las compras (Hogan, 09). La referencia más importante está cuando arranca la trama: en la televisión de la protagonista Renee Bennett aparece la escena crucial de Quisiera ser grande (Marshall, 88), cuando Josh pide un deseo a una máquina china y se convierte en Tom Hanks. De esto se trata I Feel Pretty: Renee se siente fea, mira desconsolada a las guapas delgadas y sofisticadas, pasa los días con sus amigas tan perdedoras como ella, y una noche solitaria pide el deseo de ser, sentirse, una bomba sexual. Al día siguiente se golpea la cabeza haciendo spinning, despierta y no puede creer lo atractiva que es. Con una seguridad que parecería excedida de prozac se lanza a buscar galán, un empleo cuco, ropa cute y hace suyo Nueva York, como buena comedia romántica que se respete.
Pero I Feel Prety remite más a otro clásico ochentero, Secretaria ejecutiva (Nichols, 89), donde una desaliñada secretaria (Melanie Griffith) logra ascender gracias a visión sencilla de la «gente común». Lo mismo hace esta Renee empoderada en la empresa de cosméticos Lily LeClaire: aporta ideas para una línea de maquillaje para gente de, digamos, target humilde. Y contra el glamour gana el sentido común. Contra las mujeres de belleza replicante a la Daryl Hannah (y hasta Emily Ratajkowski se avienta sus escenas para hacerle contrapunto al bodoque que es Schumer), la mujer real de piernas regordetas y vientre tembeleque, pero también de gran simpatía y entrona a todo tipo de ridículos, seduce a su jefa (una Michelle Williams interpretando a una Barbie de Michelle Williams), a la abuela de su jefa, al novio que conoció en la lavandería y al socialité Grant Leclaire. Después de que casi gana un concurso de bikinis, lo explica el dueño de un bar: es la clase de chica que te ayudaría a cambiar la llanta ponchada, que te acompañaría a enfrentarte con una horda de malosos.
No hace falta hacer muchos spoilers para adivinar lo que sigue: el otro golpe en la cabeza que le hace recuperar la realidad, la revelación que le permite conciliar inseguridad con osadía y entender que en su medianía está su autenticidad. Y tampoco es complicado entender que a partir de esta asunción incluso se logra el éxito de una línea de cosméticos que, desde su concepción, tiene su tufo clasista y excluyente. Capaz por ahí está el traspié de I Feel Pretty: reivindicar las bellezas no canónicas siempre y cuando participes del festival de los cánones. El ejercicio de asimilación está en el espectador (como cuando te dicen que barras tu banqueta y tengas actitud positiva), no en la historia, que sabe darse las mañas para otorgar un espacio gracioso a la regordeta Schumer y otro espacio grácil a la esbelta Ratajkowski. De nuevo: la encantadora comedia ochentera que sabía emocionar y evadir sin rascar contradicciones.
Hay una trama que quedó bailando: la relación de Renee con sus amigas-no-bellas, el rompimiento y la reconciliación, pero entre todo eso ellas se consiguieron a unos novios friquis y asustados, y departen juntos en bares oscuros, en apartamentos de tapizados horrendos, y acaso por ahí había un mejor cuento que contar.
Pero vamos: se trata de una comedia, de ver cómo luce Amy Schumer su gracia, y de cómo nos sentimos cómodos con una reconciliación tramposa: sentirse sexy está en una, en mirarse al espejo sin complejos y con cariños, y de preferencia con las fajas, los vestuarios y los maquillajes convenientes. Usen Dove®. (Págame, Dove®).