Debe ser irresponsable redactar un comentario sobre el reality show de Netflix Made in Mexico cuando solamente vi 20 minutos del primer capítulo; ocurre que: 1) con esos minutos tuve claro de qué iba y no necesité más; 2) me pareció más interesante quitarme las pelusas que se habían ido acumulando en mi ombligo.
No es que me diera la patriotería resentida, ni que se me trepara el chairo de la Cuarta Transformación; ocurre que la apología costumbrista-sociológica-psicosomática del fififato mexicano ya lo he visto montón de veces y ésta, con veinte minutos de ranchos, danzantes aztecas sahumando gringas en pos del mexican curious y barbones en jeep que dicen tener muchos problemas, pronto me aburrió.
A fin de cuentas ya he visto una tradición larga de estos relatos: cine de añoranza porfirista, La región más transparente de Carlos Fuentes, mucha de la narrativa de Juan García Ponce y algunas crónicas incisivas del Monsi en Amor perdido, Julissa y Enriquito Álvarez Felix pervertidos en el Chilango Profundo por los Caifanes, hartas Niñas Bien y Yeguas de Polanco de Guadalupe Loaeza.
Justo la frase que condensa la vocación de Televisa —junto con aquella de hacer televisión para jodidos— es Los ricos también lloran, el título de su telenovela emblemática. El argumento son ricos y pobres de cartón piedra a los que les roban sus hijos y cuando crecen se convierten en Guillermo Capetillo. Pero el título instaura un propósito poderoso, que mantienen muchos creadores de medios: contra las clases populares, que son un mazacote dicharachero, alegre y luchón, los del varo ostentan no solamente mansiones y carrazos, también dilemas sofisticados, pensamientos sutiles, linajes de prestigio —descendientes de Moctezuma, por ejemplo— y proyectos de vida fascinantes: tener los mejores bares de la ciudad, diseñar ropa con motivos religiosos o impulsar ONGs con folletería primorosa.
Made in Mexico no pretende ser más ni menos que la televisión basura al estilo de The Hills o Las Kardashian. La duda es por qué si los productos gringos motivan morbo culposo del sabroso, Made in Mexico parece una patada en los huevos. Se me ocurre que los primeros, aunque sea en el imaginario gringo, alientan a la plausible aspiración de ser tan ricos y vulgares como los personajes de las series, es el cuento del self-made-man que sustenta el sueño americano. En nuestro caso, la opulencia de los Made in Mexico no llama a la aspiración sino a la veneración de patrones y patronas tan divinos. Made in Mexico actualiza castas y estamentos, reafirma la imposibilidad de la movilidad social.
Pero además esta fantasía de la opulencia, que tuvo mejores resonancias durante la época cándida de los sexenios panistas —la filosofía de Echarle Ganitas y Perseguir Tu Sueño— se ha erosionado hasta una actualidad en la que las élites representan vacuidad y estupidez. La irrupción del mirreynato terminó con la idea de las clases altas ilustradas y evidenció su indolencia ante la realidad del país. Por eso sus historias, en los últimos tiempos, sólo han podido contarse desde la farsa: la torpeza boba de los Nobles en Nosotros los Nobles, el enorme idiota que es Chava Iglesias en Club de Cuervos, las tras-gre-sio-nes-e-ró-ti-cas-con-ta-fil en La casa de las flores y hasta el cantor trágico que no se sabe embarrado entre nectes perversos y corrupción en Luis Miguel. La serie.
Made in Mexico querría ser más glamour y menos payasada, más conflictos reales de los pobres niños ricos y de refilón hacer propaganda de un México aspirante (otra vez) al primer mundo. Pero esta inmersión pide empatía, y la verdad es que apropiarnos de los conflictos de una rubia ojiazul que no le creen que es mexicana apenas y nos mueven el pelo: los hemos visto en tantas entrevistas de socialitos y negocios, en tantas semblanzas de diseño o foodies, en tantos videos de filantropía y emprendedurismo, que no dudamos en que saldrán adelante, y tampoco dudamos en que nos importan un carajo. En un país que está aprendiendo a cuestionar privilegios, ¿qué puede importarnos una presentadora de tele matutina indecisa entre ser cantante o mamá?
El repudio a Made in Mexico muestra la urgencia de superar estos personajes y estas historias. El México que representan se canceló patéticamente con el sketch de Peña Nieto y Chumel Torres. Y no es que los cambios políticos traerán mejores historias, pero sí están pidiendo otros personajes y otros temas. El México contemporáneo de Made in Mexico quedó anquilosado y por eso el fastidio ante la serie: los personajes son nuevas antiguallas mediáticas para espectadores fastidiados y urgidos por cambiar paradigmas.