Y bueno, el cuento de la Negrita sigue así:
Después de tremenda actuación en Roma, después de nominaciones y alfombras rojas, tras mucho Remi Malek y Lady Gaga y mierda racista de Sergio Goyri y Laura Zapata y demás actrices chateras de los Arieles, cuando sean menos los artículos a favor de su representatividad o insistiendo en lo insuficiente de su representatividad, acabadas las sesiones fotográficas y los outfits que sí le quedan o no le quedan o que con otro firulete le habrían quedado mejor, pasadas las entrevistas grises o cagadas o elaboradas o con buscapié, Yalitza Aparicio se sentará con su mejor amiga en una refresquería de su Heroica Ciudad de Tlaxiaco, Oaxaca y se privará de risa platicándole de la chambototota que desde hace tres años consiguió.
Porque es eso: más allá de la fascinación del cine, del glamour festivalero y hollywoodense, de lo que ha simbolizado desde las sociologías de las inclusiones o la comentocracia de las estéticas, Yalitza mesereaba y trabajaba como recepcionista en un hotel cuando encontró una chamba insólita, que le daba temor pero también la retaba, y se lanzó a protagonizar la película de Alfonso Cuarón porque «no tenía nada mejor que hacer», según contó en la mejor semblanza que le han hecho (la de Carolina A. Miranda para Los Angeles Times). Yalitza se subió a una ola que traspasó la pantalla grande y las estrategias de promoción. Y desde ahí se mantiene serena, fascinante y sin echarse pa’trás.
Desde su arrojo, Yalitza trasciende y resignifica incluso a la Cleo que la lanzó al aluvión. La insistencia en comparar (y con frecuencia denostar) la interpretación que Yalitza hace de su personaje Cleo va más allá del ejercicio actoral. Yalitza no se parece en nada a Cleo y por supuesto que hubo una creación de otra persona con quien solamente comparten rasgos y la región de donde son originarias. Pero la diferencia también es generacional: Cleo vivió y trabajó en la casa de una familia clasemediera anterior al deterioro de la clase media mexicana (tanto así que ahora los vemos como una aristocracia imposible y hasta culpable de nuestra miseria actual); Yalitza estudió para maestra de preescolar, usa las redes sociales que no conoció Cleo y en sus fotos más antiguas de Instagram se le ve en bailes y de excursión con sus amigas; muchas veces rodeada de chiquillos bajo un solazo oaxaqueño que brilla en su pelo.
Yalitza podría ser la hija de Cleo que sí estudió y que podría tener un futuro aunque sea un poco más promisorio. La candidez de Cleo no tiene que ver con los arrestos de Yalitza para participar del circo mediático que trajo la película.
Las cosas que pudo ver, que no se parecen nada a los sueños de su niñez…
Yalitza se planta en Venecia, Londres, Nueva York o Los Angeles y aun sin saber inglés interactúa con quien se le ponga enfrente. Bradley Cooper le pide que salude a su novia por celular y Gary Oldman va a su camerino a conocerla. Su presencia maravilla pero también funciona como correctómetro social: de hecho es más fácil reconocer a sus detractores por lo rupestres de los comentarios; más complicada es la gama de grises en la que estamos la mayoría, desde quienes le tienen un aprecio cordial hasta quienes la adoramos irreflexivamente. ¿Te gusta Yalitza porque está triunfando en Hollywood o te gustaría si fuera una mujer que encuentras en el metro? ¿La prefieres porque la vistió un diseñador o la destacarías con jeans y cara lavada?
El carraspeo de la corrección política se extiende a la industria del glamour que intenta hacerla suya. No es gratuito que en sus primeras sesiones, las de Vanity Fair y Vogue, la hayan dotado de una personalidad folclórica-nacionalista, grave y estoica, como si la consigna fuera que una mujer mixteca sólo puede parecer azteca de calendario de Helguera o pieza prehispánica de museo.
Publicaciones como The Wrap, Chilango, Elle Mexico o The Hollywood Reporter aciertan cuando la presentan como una joven de 25 años que usa jeans y chamarras de cuero, que podría escuchar a una banda de viento oaxaqueña pero también a un grupo de rock; es indígena y también contemporánea, vive en 2019 y sus raíces no son una responsabilidad pesada, en tal caso son riqueza y posibilidad.
Pero además, Yalitza surge como figura pública el mismo año que se estrena en las pantallas mexicanas Sueño en otro idioma (Contreras, 2017), que trata sobre una lengua indígena a punto de extinguirse, y también aparece mientras en Colombia Ciro Guerra hace películas como El abrazo de la serpiente (2015) o Pájaros de verano (2018, en colaboración con Cristina Gallegos), que ponen el acento en las comunidades indígenas y sus conflictos al relacionarse con la sociedad occidental, y menos famosas pero también presentes, películas como Café (Huatey Viveros, 2017), hablada casi totalmente en náhuatl, o Tiempo de lluvia ( Itandehui Jansen, 2018), que ocurre en comunidades mixtecas. Yalitza no es un fenómeno aislado: viene acompañada de cada vez más actores y creadores que agregan nuevas visiones a un discurso fílmico de comunidades originarios, y que se desborda de los cauces convencionales del cine.
Y aunque experiencia ella adquirió, nunca se pudo olvidar…
El ocio de especular sobre el futuro de Yalitza como actriz: se insiste en que no debe representar a más trabajadoras domésticas, la parte frívola argumenta que así no encasillará su carrera; otra, más simbólica, sugiere que su proyección exigiría la reivindicación y el empoderamiento de las mujeres y la región que representa. El ejercicio de proponer una nueva película para Yalitza fuerza a imaginar historias y personajes que trasciendan modelos convencionales. ¿Se antoja verla en una comedia romántica de migrantes con Remi Malek? ¿O agobiada en un thriller rural que la obligue a balazos y correteadas? ¿Como luchadora social que lance discursos en el minuto 85 del filme? ¿Sumarse a algún esfuerzo de cine indígena o comunitario? ¿Disparatarse hacia una superhéroe latina de poderes insospechados? La opción más divertida la ha propuesto Alberto Chimal: el mexafuturismo que se atrevería a desarrollar una región de indígenas triunfadores y poderosos, al estilo de los africanos de Wakanda en Black Panther (y con Yalitza, se adivina, como amada lideresa).
Pero la responsabilidad de la representatividad también puede ser un lastre. Angustia imaginar que después de los Oscares, cuando Yalitza regrese al mundo real, se le critique porque salió en una foto con el político no indicado (en estos tiempos de la vida pública cualquier político es no indicado), o porque una opinión suya contravenga las tesis y consignas de quienes ahora la adoran por ser fetiche de sus causas.
Ahí se me ocurre que si algo la salva, es que a pesar de nuestro afán por convertirla en todos los talismanes y fetiches que quisieran el cine y la antropología, ella sabe que sigue siendo una maestra de preescolar, y que se sigue viendo en un salón de clase, con treinta escuincles menores de seis años. Su riqueza está ahí, es su cable a tierra, la legitimidad que le permitirá remontar.
Desde ahí, aun la versión más modesta de Yalitza es un triunfo. Ahí el oropel mediático-simbólico se desbalaga y recupera a la Yalitza que siempre ha estado detrás de desfiles y sesiones de fotos. Y acaso, de pasada, explica nuestra verdadera conexión con ella: actriz improvisada o con futuro, moda o representante de causas y demandas trascendentes, Yalitza en el fondo es una mujer que encontró una chambototota, como la que quisiéramos todos, que supo triunfar en ella y nos provoca solidaridad su buena fortuna, su empuje para sortear la cima, la persistencia que queremos que tenga para lo que siga, sea cine, fotografías, jardín de niños, o sentarse con una amiga a tomar un refresco en Tlaxiaco, Oaxaca, a contar con risas francas y sin contenciones toda la locura que ha vivido.
Excelente artículo.
Quién escribió la nota?
Saludos!
Atte. Wero
Desde Pachuca de Soto, Hgo. Méx.
El Rufián Melancólico es el autor.
ps yo la redacté ahí como se me dios a entender 🙂 Gracias por leer.