Nomadland de Chloé Zhao, infomercial para boomers.

Creo que no supe ver Nomadland (Chloé Zhao, 2020), creo que me perdí de su lirismo, su rebeldía y su coraje, porque todo el tiempo estuve preguntándome cuánto de la peli lo habrá financiado Amazon. Debió haber soltado una buena lana por esos primeros veinte minutos de la historia en los que la protagonista Fern trabaja con ellos empacando regalitos y gracias a la platita que va juntando —el dinero es bueno, le dice a la madre de una exalumna— puede entrarle a la poética del nomadismo, el último canto boomer alrededor de su utopía jipi.

Nomadland podría ser la última película en que los boomers contraculturales intentan recuperar la dignidad posterior a su desbarranque ideológico en la resaca de los setenta. Si no supieron encarar al capitalismo, si fueron tibios en sus rechazos al cinismo político que ha permitido la deforestación social y la cancelación de las oportunidades, en Nomadland recuperan los espacios de encuentro y aventura que pudieron haber tenido en Zabriskie Point ( Michelangelo Antonioni, 1970), Easy Rider (Hooper, 69) o Psych-Out (Rush, 68). La excelente noticia es que este salto al vacío se pertrecha con grupos de apoyo, instituciones de beneficencia, mega consorcios con responsabilidad social y hasta sus propias familias, quienes les dan cama y buena comida cuando llegan famélicos y pulguientos como gatos callejeros, mientras juntan energía para regresar a la ruta.

En la breve sinopsis, en 2011 American Gypsum Company cierra su fábrica de yeso en Empel Nevada. La ciudad casi desaparece y Fern, recientemente viuda, consigue una vagoneta, la adapta con cama y una pequeña mesa para comer, y se lanza a la ruta nómada que ya están practicando un importante grupo de ancianos desempleados o sin familia. Juntos consiguen trabajos temporales y se acompañan en sistemas de solidaridad y trueque para pasar los días.

¿Qué diferencia habría entre el gringorruco que adapta su vagoneta para nomadear la ruta del Gabacho a los que se van a vivir a Puerto Vallarta? La misma que hace cincuenta años llevaron a los primeros a necear con la vida rijosa y a los segundos a abrir negocios de velas aromáticas. Medio siglo después podrían ser los verdaderos dueños del mundo, sea porque consiguieron las pensiones que les permiten una vida holgada, sea porque tienen una red de apoyo que les ayuda a persistir en el viaje, ahora con el agregue de la vejez que los haría, si acaso, más románticos.

Porque además, la vejez de Nomadland semeja mucho el sueño que tenemos las generaciones pop sobre nuestros retiros. Un amigo imaginaba que de viejos enloqueceremos el asilo con pantalones de cuero y mesas de billar, discutiendo cuál es el mejor disco de Madonna o si todavía se pueden ver los videos de Michael Jackson. Una piadosa evasión del deterioro físico y mental se hace obligada para asomarnos sin miedo a la decrepitud.

Ocurre que la exhibición de Nomadland coincide con visiones menos complacientes: la devastación de la identidad a cargo del gran Anthony Hopkins en El padre (Florian Zeller, 2020), la soledad hiperactiva de los asilados, con todo e investigador privado en El agente Topo (Maite Alberdi, 2020), la vocación ermitaña y salvaje del ecoterrorista Sundog en A Shape of Things to Come ( J.P. Sniadecki y Lisa Malloy, 2020), incluso la incómoda reclusión entre el amor y los celos en El diablo entre las piernas (Ripstein, 2019). Nomadland resuelve desde la referencia bladerunniana: la anciana Swankey tiene una enfermedad terminal que le deja 7 u 8 meses de vida y, como el replicante Roy Batty (He visto naves en llamas más allá de Orión) decide viajar a Alaska: «he visto cosas hermosas mientras viajaba en kayak, he visto una familia de alces junto al río en Idaho, un gran pelícano que aterrizó frente a mi kayak en un lago en Colorado». Muchas secuencias después, su muerte se celebra con una fogata entre los nómadas (Fern carga una foto de la amiga): la concesión de los simbolismos que acaso ayuda a evadir el horror de nuestros finales [cualquier comparación con la muy light devastación en Avengers Endgame (Anthony y Joe Russo, 2019) es total coincidencia].

La trampa es que estos ancianos con remolque se asumen como houseless, no homeless y desde ahí harían de la precariedad una forma incluso deseable de vida. La realidad es que con Nomadland se antoja un chingo empezar a ser viejito: nomás ahorrar para una casa remolque, hacer el ejercicio zen del desapego —si acaso quedarte con tres platos de una vieja vajilla para que tu rucorush te los rompa y tengas oportunidad de medio minuto de dramita— y contar con personajes de película familiar ñoña para dar contención y hacer de estos viejitos a la gringa una última hazaña contracultural.

Quizá lo más desolador sea adivinar que los mecanismos del capitalismo tienen contemplada esta forma de vida para los adultos mayores y quienes lo seremos en 20, 30, 40 años: precariedad socialmente responsable, desarraigo no como valentonada individual, sino como estructura social para quienes no lograron insertarse en las oportunidades de la modernidad y la productividad: la conciliación con una cultura de los recursos humanos desechables, que podría tener su canto de cisne en los parque de remolques o los empleos temporales de Amazon.

Un pensamiento en “Nomadland de Chloé Zhao, infomercial para boomers.

  1. héctor dice:

    Ese es el tema, lo que nos espera a los rucos-rucos del mañana. Yo también hice una fantasía parecida, un asilo completamente soñado de hiper: creatividad, productividad, actividad, deportividad, competitividad, etc. Claro que una fantasía.

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