Archivos Mensuales: mayo 2023

Succession, el fracaso de los millennials

A pocos días de que termine Succession, la serie de moda y de novedad que en las redes no se cansan de decir, capítulo tras capítulo, sobre todo durante la cuarta temporada, que es “el mejor momento en la historia de la televisión” (SIC) (así merito) (Cfr. los comentarios exaltados amparados bajo los hashtags #Succession o #SuccessionHBO), pensaba meterme en líos con alguna idea canalla:

Al principio se pensó en Succession como la actualización del Rey Lear de Shakespeare: está Logan Roy, fundador septuagenario de Royco, emporio planetario en plenitud y decadencia, y están sus cuatro hijos, de quienes importan tres: Kendall, quien parecería el favorito para suceder al padre; Siobhan (Shiv), que se deslindó hacia la consultoría política pero no mira con malos ojos tomar la estafeta del corporativo; y Roman, gandul que se la vive entre la fiesta y la lascivia porque quizá no se cree capaz de la responsabilidad del liderazgo. Al final sí hay que mencionar al cuarto porque sí importa: Connor, hijo de un primer matrimonio de Logan, que en algún momento fungió como figura paterna de sus hermanos y devanea entre el arte, la vida bucólica, creerse un político alternativo y tener una novia guapa y descolocada del resto de los personajes.

Después la historia se desbocó por las dinámicas de las series, que piden acrobacias argumentales insólitas y no siempre eficientes (las aventuras de Roman en Turquía, por ejemplo, es una tremenda estupidez). Ocurre que la cuarta y última temporada retoma bríos porque recupera la premisa original: el padre muere en el tercer capítulo y se viene la especulación de cuál de los hijos es el indicado para sucederlo. Para este momento, una dinámica parecida a nuestras preferencias electorales hace que hagamos de alguno de los tres hermanitos Roy nuestro gallo: Kendall (los depresivos), Shiv (las feministas) o Roman (los, los, los quién-sabe-qué).

Pero Succession también puede leerse como un inclemente enfrentamiento generacional: el de Logan Roy, próspero boomer que supo erigir un imperio aprovechando las circunstancias de bienestar que se dieron en la postguerra, contra los atribulados hijos millennial que asumen con dudas su calidad de herederos, y a los que el padre pediría más fiereza para enfrentar a los adversarios, que el viejo no dudaría en llamar enemigos.

Los tres hijos de Logan Roy podrían representar tres formas y tres comentarios devastadoras a la ya adulta generación millennial:

Kendall como emprendedor acólito de Gates y Jobs, con disciplina mental que transmina hacia lo corporal. Un ejercicio ascético para conseguir sus objetivos, con el costo de una enorme inseguridad y una depresión latente que brota al menor contratiempo. Es el techie de las prótesis electrónicas, de las aplicaciones que siempre dan la respuesta (y cuando no se derrumba el mundo), de los discursos contundentes para proponer una sociedad nueva y la fatiga de esta obligación a ser un CEO cyborg.

Shiv sigue la ruta de la tramposa progresía millennial, el florecimiento de las ONGs y el lobby con buenas intenciones, este vigor de cambiar al mundo desde la buena voluntad, siempre y cuando se consiga el sponsor indicado; la inteligencia desde los privilegios que abraza las mejores causas pero también sabe matizar o deformar los ideales de cartón piedra, si con ello se ocupa un sitio de poder.

Y en Roman está la vida líquida que ha florecido durante dos décadas en las redes sociales. Cultura del porno burlón, el sarcasmo de meme, la banalidad del compromiso vía Tínder o like de Twitter, el arquetipo millennial que se evade en satisfactores potentes e inmediatos, el tránsito ligero por las cosas y las personas.

Las tribulaciones, los dislates, las contradicciones de los hermanitos Roy, proyectan a una generación que hizo su debut con la bendición de la hiperconectividad y la energía emprendedora, y se ha ido decantando hacia una inesperada precariedad, en la que los impulsos iniciales han devenido enfermedades mentales y hartazgos por el nudo capitalista que no se pudo deshacer. Succession podría recorrer un camino que va del bienestar boomer (y sus contradicciones) de Mad Men, a las tribulaciones económicas y de identidad de Girls.

Lo escabroso: Succession se sitúa desde una mirada boomer que parece respetar más las atrocidades del patriarca Logan que la indefinición de sus hijos. De ahí que de la colección de grandes discursos, diálogos filosos y frases puntillosas que se dan a lo largo de las cuatro temporadas, la frase definitiva sea la de Logan Roy, en su último encuentro con sus hijos, cuando se lamenta de que «no son gente seria». Que también evidencia el malestar de Perogrullo: Succession como una serie de incómodo tufo de cinismo conservador.

Por acá podría recuperarse la importancia del cuarto hijo, el viejo Connor, siempre descolocado respecto a las intrigas de su padre y sus hermanos. Ni boomer ni millennial, el hijo mayor Connor pertenece a los despreciados Equis, que hicieron del escepticismo bastión de vida. No es gratuito que sus caracterizaciones sean las más desopilantes, pero todas tienen en común la distancia con respecto a los entramados corporativos o de poder (aun su incursión a la política es una bufonada quijotesca sin más propósito que la inercia en clave de LOL). Sin embargo, no puede evitar formar parte de eso: su vida en la granja, sus descabelladas pretensiones políticas con inversiones millonarias, no dejan de ser imprudencias en desmarque, una picardía del escepticismo sin ánimo beligerante.

Finalmente eso somos los equis: bufones que bebemos cerveza y practicamos una ironía de perfil bajo, mientras todo se destruye.