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El impostor y el pícaro

Llevo tiempo pensando en el síndrome del impostor, sobre todo desde que mi actual chamba me hace preguntarme a diario si estaré a la altura de las circunstancias, o si algún día se darán cuenta de que soy un merolico mareador. Cuando reconocen mi trabajo respiro aliviado y me permito cenar una hamburguesa con tocino, doble queso y papas fritas; cuando la cago y lo solapan con discretos carraspeos, corro a revisar mis moneditas de ahorro porque el Ángel del Desempleo empieza a respirarme en la nuca.

El síndrome del impostor le ocurre incluso a la gente más brillante que podrías conocer. Gente de opiniones o ingenios deslumbrantes titubean ante la nueva encomienda —El Reto, nos enseña a decir la cultura laboral— y evidencia lo que siempre sabemos pero olvidamos, que a final de cuentas somos gente que nos pedorreamos y eructamos, que disfrutamos con tik toks sangrones y que tenemos chistes familiares que nomás a nuestra familia les da risa.

Justo por ahí la impotencia del impostor: el engorro de ser solamente esa persona, con sus perros, sus gatos, sus relaciones de pareja desastrosas y sus oportunidades canceladas, contra la perfección impoluta del logo que nos contrata. ¿Cómo podemos estar a la altura de la Universidad de Oxford, Google, TechnoDevelopmentCorp o la Secretaría de Cultura del Estado de Michoacán? Porque acá la mercadotecnia juega con su intimidación amigable: apenas nos dan la bienvenida a ser parte de la familia Carso o Elektra o Movimiento de Regeneración Nacional, la inseguridad de tamaña responsabilidad nos empequeñece, desconfiamos de los años de estudio, de las experiencias en los lugares de trabajo previos, de nuestra luminosa personalidad que sólo conocen nuestras amistades cuando ya estamos muy borrachos (nosotros y las amistades). Todo lo que somos se desintegra ante la idea inmaculada del Corporativo, del Instituto, del Cargo. Y por ahí olvidamos algo más primitivo: que estamos ahí para sacar dinero (o un diploma que después intentaremos canjear por dinero). Y que además, el dinero siempre es menor del que mereceríamos.

No suena raro que el tal síndrome del impostor se hubiera identificado hacia 1978, cuando faltaban cinco minutos para que iniciara la fiesta del libre mercado, con sus misterios sacros de Excelencia, Liderazgo, Eficiencia, Competitividad. Quien quiera participar de esta algarabía debe contar con todos estos atributos. Lo que sigue lo conocemos: horarios extenuantes para mostrar que se tiene puesta la camiseta, amistosas tácticas de bulliyng laboral para dejar claro quiénes tienen el pecho plateado, bornout que se cura con la clase de yoga en la oficina, después de las ocho horas de oficina. Y a pesar de todo, nunca terminamos de ser suficientes para el cargo. El Impostor existe porque el Auténtico es un imposible. E insisto: con menos plata de la que merecería la jornada.

Cuando pienso en el síndrome del impostor de inmediato se me contrapone la figura del pícaro. Ya se sabe, clases de literatura: el Lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache, el Buscón de Quevedo; pero más moderno el Charlot de Chaplin, Cantinflas antes de volverse oficialista, Huckeberry Finn, el Jim Carrey de Dumb & Dumber, Jeffrey Lebowski de El Gran Lebowsky, Jordan Belfort de El lobo de Wall Street y muchas de las heist movie Ocean’s Eleven en versión Sinatra y versión Clooney, Perros de reserva de Tarantino—, Luisito Rey, incluso esa ranfla de pelafustanes que son Don Gato y su pandilla: marginales que sirve a uno o varios amos —La Iglesia, La Academia, La Aristocracia, El Gobierno— y que entre estropicios e ingenios resuelven lo que, por otra parte, ya era un sinsentido desde la misma concepción de La Autoridad.

El pícaro es más astuto que acreditado, más práctico que estratégico, más experto en parchar y remendar lonas arruinadas, que en erigir hermosas catedrales conceptuales. El pícaro tiene hambre, no puede perder tiempo en la angustia de pensar si merece estar ahí. Por cualquier razón, y quizá sobre todo por las incorrectas, es que está ahí. Lo que sigue es confiar, resolver, improvisar. Pero sobre todo, el pícaro sabe que La Autoridad, El Instituto, El Corporativo, son engaños, errores de origen (finalmente fueron creados por humanos, o por fantoches autoasumidos como genios del liderazgo) a los que hay que subirse para hacerse la vida. El logro del pícaro no está en hacer la Diferencia de Valor que pontifica el buen mercado, está en asumir su impostura, marear a quien lo emplea, resolver tan bien como se pueda y largarse lo más pronto, con los amigos, a las cervezas.

El Impostor y el Pícaro en realidad son la misma persona que sirve a un Amo: pero donde el primero va a terapia para enfrentar el Misterio Sacramental del Reto, el segundo ha aprendido a ser cínico. Y el cinismo del pícaro es el hermoso, el verdadero valor.

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18 mujeres que deben de salir con un emprendedor

perfiles-de-consumidores-pareja-hipsterMe he vuelto receloso de las listas porque les hago mucho caso; no debería confesarlo pero suelo darle copy-paste a las 10 Formas de Ser Feliz, los 15 Tips Para Mostrar Seguridad y las 20 Oportunidades Para Ganar Dinero, consejos que con el tiempo me han hecho más desgraciado, inseguro y pobre, no necesariamente en ese orden.

Después aparecieron los blogs-pensamientos —no se me ocurre cómo llamar a esta versión cibernética de los pergaminos del metro Balderas— sobre por qué debes enamorarte de una mujer que lee, después de una mujer que no lee, después de una mujer que a veces lee y a veces no, y las variaciones se hicieron tan infinitas como ocupaciones, gremios y vertientes de pensamiento de la corrección y la incorrección política: de post en post hemos ido aprendiendo que no hay nada mejor que enamorarse de ingenieros, comunicólogos, actrices, astronautas, trabajadoras sociales, amantes de los perros, de los gatos, de los cuyos, de los hermanos mayores y los hermanos menores, de blancos, negros, orientales y todo lo que pueda caber en un videoclip de la inclusión. Los hermanos de en medio, por ejemplo, no.

Entre estas formas de sabiduría redsocialera, se me aparecieron las 18 cosas que debes saber antes de andar con un emprendedor. Yo siempre he admirado a los emprendedores porque son sonrientes y se peinan con estilo, porque tienen respuesta para todo y saben qué tipo de zapatos usar, cosa en la que también me he sentido incapacitado. Corrí a leer y a enterarme, no que pudiera emular a tan dinámicos personajes, pero sí aprender cómo es la vida cuando Pierdes El Miedo y Amas Intensamente Lo Que Haces. Y que encima, y por eso, las chicas se vuelven locas por ti.

Según el artículo, los emprendedores leen sobre negocios y desarrollo personal porque les gusta ser mejores personas. Siempre piensan en dinero pero porque es una estrategia que los ayuda a ser mejores personas. Tienen su tiempo perfectamente planificados y no lo desperdician en cosas «que no sean disfrutables o productivas» (ahí entra mi angustia de que quizá no leerán este blog). Viven para conseguir metas que los hacen mejores personas. Trabajan mucho más del horario de oficina  con tal de perseguir su sueño, como cualquier oficinista promedio, pero con la diferencia de que eso les ayuda, claro, a ser mejores personas. No les gustan las personas flojas (amargo aceptarlo, pero en 2017 seguimos existiendo las peores personas) y lo siguiente da pereza seguirlo glosando, excepto los puntos que se refieren al amors, que era de lo que se trataba este post emprendedor.

Según entendí, lo que buscan estos muchachos es alguien que: 16) les recuerde que hacen demasiado (y los proteja del burnout); 17) que sea buena para cuidarlos, darles su espacio, perdonarlos y divertirse y 18) que sepan que a pesar de todo lo anterior, el emprendedor piensa en su pareja. «Tu amor y dedicación significan más para nosotros de lo que podrías imaginar», remata el artículo como verso de britpop.

En el ocio que me permite no estar tan apurado persiguiendo mis sueños, hice inventario de novias-amantes-ligues que se hubieran aventado el paquete de seguirme el paso emprendedor. Imaginé la mirada comprensiva de una, la voz de aliento de otra, los post-its en los pizarrones de corcho que garrapateó alguna más. Acepto que volví a enamorarme un poco de todas y cada una de ellas, pero ninguna logró terminar el cuadro (sorry, chavas, si alguna de ustedes todavía me lee). Y mientras sus modestos esfuerzos se iban difuminando, una presencia se hacia más y más definitiva. Que me confortara porque ya hice demasiado, que me cuidara, me perdonara, me divirtiera y supiera que es importante mi escaso amor y dedicación… pues mi mamá.

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Pienso que sólo mi mamá aguantaría mis lecturas empresariales y se abstendría de decirme que no mame, que qué hago con otra biografía de Steve Jobs; que sólo ella me tendría paciencia para escuchar mi proyecto laberíntico de apps y redes que nunca se sabe cómo pero logran cambiar el mundo, que me vería reguapo dando ted talks sobre el cúmulo de aprendizajes que he tenido, y que me llevaría cafecito con leche en las trasnochadas de pergeñar modelos de negocios con una sonrisa indulgente y pantuflas.

No podría imaginar otra mujer, que no fuera una madre, capaz de aguantar el narcisismo tan mesiánico, autosustentable y frágil de un emprendedor. Cuando oreé la idea en tuiters alguien me sugirió como equivalente posible a una chica high maintenence. Un foro de Word Reference me la describió como «‘exigente’ con connotaciones de neurosis». De inmediato se me aparecieron los instagrames compulsivos de platillos caros, hoteles caros, amaneceres caros y vidas simples caras. Entre los perseguidores de sueños y las ganas de vivir plenamente (pero caro), todo empezó a hacerme sentido.

También me dio la urgencia de hallar un artículo de cómo enamorarte de los que luego nos fatigamos de perseguir nuestros sueños. O como luego pongo en tuiters: de los que estamos chupando tranquilos.

 

 

 

 

Las crisis económicas son un palimpsesto

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En México vivimos las crisis económicas como palimpsesto. Así se le llama a las escrituras que se borran y luego se reescribe sobre ellas, después el lío viene cuando los arqueólogos o filólogos deben decidir qué escritura rescatar, si la que está en la superficie o la que se escondió por razones religiosas, políticas o sicalípticas.

El palimpsesto se encuentra en los hogares mexicanos antiguos, los de la gente grande que congrega hijos, nietos, yernos y nueras de los hijos y los nietos. En estas casas, en las que suelen festejarse las navidades o se quedan a dormir los parientes desempleados o recién divorciados, lo mismo hay sillones cursis de tiempos del milagro mexicano, que horrorosos comedores coloniales comprados en el mercado de San Ángel en los ochenta, que tocadiscos de elepés, que computadoras de escritorio anteriores y posteriores al pentium, o ataris, nintendos y playstations con sus respectivos cartuchos. Todo crea una especie de capas geológicas porque nada se tira, no vaya siendo que con la nueva crisis se necesiten.

Las crisis económicas no se resuelven, se acumulan y uno se acomoda a ellas como Dios le da a entender.

No recuerdo la devaluación del peso de 1976, que rompió el cambio fijo de 12.50 pesos por dólar y lo elevó hasta los casi 28 pesos. Según entiendo fue una crisis moral, pues tambaleó el supuesto Milagro Mexicano que tanto se cacareaba. También le añadió una raya más a la decadencia del presidente saliente Luis Echeverría, a quien se le tenía inquina por historias como los halconazos de 1971, su trato agreste con los empresarios o el desmantelamiento del periódico Excélsior. Mi Primera Devaluación 76 fue un ensayo de rumores, supervivencia y especulaciones. Un día de campo comparado con lo que se vino después.

La crisis del 82 sí la recuerdo, con resonancias míticas y simbólicas, pues me tocó de niño, cuando se quiere entender el mundo y se descubre que los padres y los tíos no son tan infalibles como la estabilidad económica les permite fingir. Antes de ella hubo una bonanza artificial que pareció noche loca de brandy San Marcos y José José cantando en El Patio. Los yacimientos petroleros estuvieron a punto de volver potencia mundial al país y vienen préstamos para explotarlos, el presidente José López Portillo acuñó esa frase tan promisoria de Aprender A Administrar La Abundancia y vienen más préstamos para más desarrollo, y el derroche y la fiesta fueron tan esplendorosos y los préstamos tan constantes, que cuando menos nos dimos cuenta se nos pasó una factura brutal. El dólar se fue de los 22 a los 70 pesos, los empresarios huyeron con sus dineros, el gobierno declaró la moratoria de pagos y la deuda externa paralizó al país.

En su informe de gobierno, José López Portillo logró una pieza del histrionismo criollo que sigue causando tanta indignación como regocijo. Su «ya nos saquearon, no nos volverán a saquear», limpiándose las lágrimas con impotencia y nacionalizando la banca de refilón, debe ser de los momentos más apantallantes de la historia reciente de México. Lo que no había apreciado en el video: la cara de espanto del próximo presidente, Miguel de la Madrid.

No estoy seguro de que hayamos salido de aquella crisis de 1982. Debe ser que la recuperación fue lenta y agobiante: todo el sexenio de De la Madrid y al menos un tercio del de Salinas. Y ahí sí, los mexicanos entramos en una capacitación intensiva de segundos empleos, subempleos y empleos informales: toda esa colección de puestitos y servicios de vieja escuela que ahora conocemos con los términos sofisticados de free lance y emprendedurismo. Con la crisis del 82 aprendimos a vender pancita los domingos, a poner inyecciones y XV años, a llevar catálogos de Avón y Jafra a la oficina, a hacer tandas desesperadas para los útiles escolares de los hijos.

La crisis de 1982 pareció aliviarse cuando el equipazo de Salinas renegoció la deuda externa y le dio oxígeno a la economía mexicana. Para poner al país más bonito se le quitaron tres ceros a la moneda -y se escondió la inflación bajo el membrete fashion del Nuevo Peso- y hasta se trajo a Rod Stewart a Querétaro, para darnos lustre primermundista. Ya sabemos que todo se fue al garete con el error de diciembre de 1994, que se resolvió gracias al préstamo de Bill Clinton a Zedillo y a que a los mexicanos nos enjaretaron el Fobaproa que rescató a los banqueros.

La crisis del 94 la viví como poeta maldito y apenas me enteré de ella, todo era alcohol y libros y romances contrahechos, pero tengo claras montón de historias de embargos, casas en remate y chatarrización de los otrora lujosos autos noventeros. Ahora que lo pienso, parecería que las crisis económicas sirven para estratificar generaciones. Yo sentí más la del 82 como otros no olvidan la del 94-95, y algunos más insisten que eso no fue nada comparado con el catarrito de 2008, cuando llegó el coletazo de las subprimes.

La narrativa de las crisis también se ha hecho ambigua: el dramatismo de la vieja devaluación (secretario de Hacienda con rictus cejijunto y voz pastosa de quien está quemando su carrera política) se ha transformado en un comunicado discreto de depreciaciones constantes, que le quitan teatro a las crisis y las convierten en persistente chinga cotidiana. Gracias a eso la tragedia contemporánea de la paridad peso-dólar, que pasó de los doce a los 22 pesos, se resuelve en alguna gráfica nerviosa que pretende ser más pop que lúgubre.

¿De verdad podríamos asegurar que salimos de las crisis del 82, 95 y 08? En lo que se intenta una respuesta aparecen nuevos personajes siniestros, como temporada de serie de TV que insiste en llevar la catástrofe al absurdo. Los recientes gasolinazos, Trump, el aprendiz Videgaray y el muro fronterizo que no pagaremos hasta que lo paguemos, va obligando a añadir anécdotas al palimpsesto: ahora, en la casa de los padres y los abuelos, se acumularán viejas laptops, smartphones de pantallas opacas, redes sociales percudidas de consejos y lemas para sobrevivir a  la nueva y cada vez más impactante crisis.

«Al fin y al cabo que ya estamos curtidos».

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El estupor del Mono Satírico

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¿Recuerdan el cuento de Monterroso del Mono Satírico? Este mono quería caricaturizar a los animales que vivían a su alrededor y decidió asistir a sus fiestas para entender sus comportamientos. Pero se hizo amigo de sus objetos de estudio. Por eso, cuando se decidió a escribir sobre ellos, descubrió que ya no podía decir gran cosa contra las urracas ladronas, ni contra las serpientes oportunistas, ni contra las abejas emprendedoras, ni contra las gallinas promiscuas: conocía tanto a todos, se habían vuelto tan cercanos, que le era imposible afilar pluma y lanzarse a desfacer sus entuertos.

Algo semejante le ha ocurrido al redactor de este polvoriento blog: interesado en describir la condición humana de los 2010 ha querido chacotear sobre:

  • La ingenuidad de los estartuperos, que persiguen su sueño tal y como lo aprendieron del Profeta Jobs y como lo refrendan legiones de atalayas del Ted Talk, sabios desde la intuición de sus pantallas táctiles, que relajados e irreverentes han decidido Agregar Valor Al Mundo. Ya me andaba por describir su emoción genuina mientras se lanzan a transformar su realidad, con esa fotos donde rescatan cervatillos y ceramistas de Huatulco, pero sus ojitos brillantes y sus caritas empapadas me parten el alma y prefiero entenderlos, abrazarlos y decirles que todo va a salir bien.
  • Luego vino la compulsión feminista, la revolución que deviene dogma para derrotar al heteropatriarcado y de paso traer en finta a los onvres y sus fragilidades; recitar el florilegio de dichos y dichas que neutralizan reparos o disidencias, tengan sentido o no. «Antes de discutir ponte a leer»; «llevas muchos siglos de hablar, ahora escucha»; «harta de verte pontificar desde tu privilegio», «no me hagas mainsplaning»; «cierra las piernas»; «no me hagas gaslighting con la luz de mi desprecio». Y uno se va a la cantina a quedarse callado y sigue la confrontación-deconstrucción en reversa: «¿no piensas decir nada?»; «¿cómo quieres deconstruirte si no dices nada?»; «¿Así se comporta un onvre?». Pero ya engolosinado con el tema recuerdo que el 87.46% de las muchachas con las que quiero chingarme un mezcal andan dándole a temas semejantes, de modo que hay que entrarle con paciencia a la autoexploración micromachista y entender cómo se le hace ahora para dejarse querer.
  • Acogotan mucho más los columnistas académicos, Politólogo, Financiólogo, Opinólogo made in CIDE, y su fatuidad omnisapiente con la que retrucan cualquier aseveración del vulgo -el hombre de a pie, se dice, condescendiente-. y aseguran que la Universidad de Stanford puso a pelear a cinco micos contra cinco cuyos y tras haberse masacrado (y antes de que llegara Greenpeace a protestar), descubrieron que de verdad no nos está llevando la chingada, que la resiliencia permite aguantar más chingadazos, los gasolinazos de hoy, los desempleos de mañana, las jetas rozagantes de Macri y Peña Nieto, las pretensiones de poder de Magdalena Zavala o Ricardo Anaya.
  • Pero quienes más conflictúan son los sitios que se han chupado lo mejor del talento de los blogueros veteranos para transformarlos en aburridos redactores de listas: «27 Lugares Que Debes Conocer Antes De Llegar Al Climaterio», «17 Comidas A Las Que Debes Ponerle Salsa Valentina», «Por Qué Es Mejor Casarse Con Una Autoviuda»; compilado de ocurrencias que buscan que la gente ría, llore, aplauda y realice el acto más importante del ser humano del siglo XXI, aquél que les da trascendencia y los convierte en hombres y mujeres de su tiempo: el acto autónomo y emancipador de dar un click.

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Quienes usamos redes sociales y ya aprendimos a ponerles filtros a nuestra papadas, estamos debidamente condicionados por impulsos emocionales elementales. Nos sentimos abatidos, fervorosos,esperanzados o acomplejados por el cúmulo de deberes que se nos inculcan desde las listas, los consejos y las advertencias del contenido basura, consecuencia alborozada de aquella apuesta ingenua que fue el viejo blog. En ellos buscábamos generar lazos genuinos antes de que se llamara engagement; pretendíamos ostentar inteligencia, sensibilidad o empatía, porque en el fondo (no nos hagamos) queríamos tomar cervezas con alguien, tener sexo con otro alguien o debrayar ideas absurdas con algún alguien más; después, los sitios con SEO convirtieron nuestra miseria humana en señuelos aspiracionales para que el cliente suelte el cheque. Antes había comunicaciones imprecisas, contradictorias, que también improvisaban ideas, divagaciones, intuiciones; ahora se han transformado en dos renglones de redacción inocua para que el seguidor orgánico pueda leer mientras se balancea en la ruta del metrobus, para boicotear la productividad en la oficina, para paliar las mañanas desesperadas del ama de casa moderna; cápsulas de procrastinación para enfermos de desidia, clickeadores abúlicos que canjearon lo incómodo de las especulaciones por un sistema de promesas (buen sexo, inteligencia cautivadora, compañía amable, menú sorprendente en un destino de ensueño).

Ahí es donde este mono satírico se ha quedado boquiabierto y cariacontecido, sabe que su blog adolece del arte de la síntesis o de una red de relachonchips que lo lleven a pasear en globo, tampoco le salen muy bien las listas para mejorar la vida en pareja (en realidad es muy malo para tener vida en pareja), ni hace análisis con datos tan comprobados como comprobables, de los que se pergeñan en una moleskine (también por eso no se ha comprado ninguna moleskine). Sólo sabe insistir en dos que tres necedades: consignar lo que su jugo gástrico o la comezón de sus pies le urgen: los cánones de belleza requeridos para poder pedir un late chai deslactosado, el miedo al vecino que cobra el mantenimiento o a la insidiosa gentrificación que se cierne alrededor.

Como el de Monterroso, este mono satírico también se ha ido volviendo aburrido en su estupor. Su única salida sería buscar tutoriales para dedicarse a la Mística y el Amor.  Capaz regresa cuando se acerque el centenario de Rulfo. Arremeterá contra herederos y autoridades con saña rencorosa, candorosa, como si se le fuera la vida en ello.

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Networking & networking

Nunca me ha salido muy bien lo del networking.

Por ejemplo: me explicaban hace un mes, en los mezcales:

-Nuestra misión es simple, we: cambiar al mundo. Como lo hizo Jobs, como lo ha hecho Zuckerberg, como lo hizo Gates -hay que reconocerlo, we, ese dude cambió al mundo, aunque no nos encante la idea-. Y esa es la meta, cambiar al mundo. ¿Cómo vamos a hacerlo? Pues con pasión. Y de eso se trata, de contagiar la pasión.

-Ok…

Y hace una semana me dice otro, en un Sanborns:

-La idea es sacar una, dos chambitas, pagar las colegiaturas de las niñas, el bacacho los viernes, no creo que sea pecado un poco de ron. La pinche vida no está para milagros, está para ir saliendo. Y ahí es donde digo: donde sale uno, salen dos, cabrón. Y es eso, armarlo y ver qué puede pasar.

-Ok…

Y recordaba lo de hace un mes en los mezcales:

-Lo menos que espero: estar locos, locos, rematadamente locos de innovación, we. A mí me gusta salir de mi depa y ver innovación por todos lados: que innove la de los jugos, que innove el dude que barre, que innoven los automovilistas, o al menos que no pinches-jodan a los ciclistas y nos dejen innovar en paz. Sólo así entiendo al mundo. Innovación, innovación, innovación.

-Ok…

Y eso venía a cuento por lo del Sanborns:

-Tampoco es volvernos locos, hay que hacer lo que sabemos, ver quien lo compra, lo sacas y sacarlo bien. La gente está harta de que le vendan chingaderas disfrazadas de otra cosa. Les gusta que les digas, al chile: esto es así, y que sea así. ¿Pa qué buscarle chichis a los alacranes?

-Y sí…

Y ahí fue irremediable pensar en los mezcales:

-…convocar a los líderes, a ellos son a quienes necesitamos. Debemos estar rodeados de líderes, gente excitante, que quiere cambiar el mundo, con cosas importantes qué decir. No veo otra ruta más.

-No, ps no.

Que luego me dejó pensando, en el Sanborns:

-…nos conseguirmos tres cabrones con sus changarros, nada importante, pero que suelten cheques. Con eso la armamos. Luego ya, lo que nos importa: llevar a cenar a unas viejas, el fucho, una buena tella en la cantina…

-Y sí, sí.

Mientras que semanas antes, en los mezcales:

-Nos pivotea una incubadora, una ONG que le guste pensar diferente. Así se financió mi chava, proyecto poca madre, año y medio en Orlando, en Navidad la voy a alcanzar.

-Ya, ya.

En tanto que en el Sanborns:

-Porque sí está bien cabrón mantener a las niñas, me acaba de llegar citatorio, mi pinche ex no va a parar hasta no verme destazado. Ya el otro día saqué lo último de mi cuenta, le solté la lana, que se largue a Morelia con sus padres y que deje de chingar.

-Y así es, sí.

Luego en los mezcales quedamos que en la semana me mandaban por Dropbox el kit con la info para que aportara «algo de mí, alto neto, algo que tenga verdad». Y en el Sanborns me dieron tres datos en una servilleta, que lo pasara en limpio y le agregara el rollo que quisiera, «invéntate algo, tú sabes cómo».

Y ahí vamos. Yo preocupado, de lo poco bueno que soy para los networkings.

La lectora de Agatha Christie

Coleccion-Agatha-Christie-600x341En las mañanas el café San Remo es como una Academia de Desarrollo Humano. Prefiero pensarlo así para resarcir la dignidad de los desempleados, subempleados y aspirantes no muy tenaces a empleos que lo frecuentamos. Aunque no se crea, en el turno matutino el 80% de los clientes somos lectores compulsivos, pero además disciplinados a un plan pedagógico que envidiaría el Tec. de Monterrey. Desde las ocho ya está un señor de calva incipiente que hace apuntes en un block amarillo sobre Las leyes de la atracción, convencido de que el mundo entero está fraguando algo a favor de que logren sus sueños. Otro más joven ejercita sus habilidades cognoscitivas con crucigramas y sudokus. El de traje reiterativo y peinado preciso subraya y pega post-its muy prolijos en su Introducción al PNL. Una posthippie de falda floreada y perrito impertinente escudriña manuales de Tarot y hasta ha dado consultas in situ. Otro me cae mal pero consigno su esfuerzo: grueso, bigotón, pinta de abogado, apaña las mesas cercanas a los enchufes para conectar sus tres celulares, que suenan y vibran como dependencia de gobierno. Siempre engola la voz fuerte y parece hablar de negocios rentabilísimos. Cuando cuelga, continúa revisando con esmero los análisis políticos de La Razón.

Yo participo con la tableta y mis PDFs que me enseñan a mejorar mi lenguaje corporal. He notado que ya puedo mirar directo a los ojos de mi interlocutor y enarcar sutilmente las cejas, para provocarle una impresión importante.
anciana-lectoraLa que no termina de entonar en nuestra academia es una anciana desgarbada, permanente apretado, gafapastas de antes que los hipsters fueran hipsters, que ejerce la actividad menos productiva: lee novelas policíacas. Son las vetustas ediciones de Agatha Christie, las de Selecciones de Biblioteca Oro que más tarda uno en abrirlas que en convertirlas en baraja, y tal como barajas las trae ella, y debe ser dueña de una disciplina obsesiva para mantener completos sus ejemplares. La imagino sacando sus ejemplares de un librero atestado de carpetitas y recuerdos de Morelia o Yucatán, imagino que tiene veinte o treinta tomos y que se propuso leerlos o releerlos en algún momento culminante de su vida, que pudo haber sido la muerte de su esposo, el casamiento del menor de sus hijos o su jubilación de una de esas empresas de antaño que no estaban peleadas con la antigüedad de los empleados. Los de las mesas cercanas la miramos con simpatía porque representa el ideal al que aspiramos: la vida en retiro, sosegada, con libros cómplices que nos hagan llegar al ansiado estadio de la contemplación.

Más de una vez he querido interrumpirla, pretextar una plática sobre el clima para que me comparta su sabiduría. Una anciana que lee novelas de Agatha Christie no puede ser menos que sabia. De hecho lo sería menos si trajera novelas de las que recomiendan los portales literarios. Pero un poco la timidez, otro la veneración -sería como distraer a un místico de su proceso meditativo- me mantienen apartado. De vez en cuando lanzo una ojeada para comprobar que sigue ahí, o si acaso ya se convirtió en mariposa, la más obvia de las transformaciones que preveo.

Un día estaba con ella otra anciana, más joven que ella; según entendí excompañera de la escuela -en estas colonias se conocen desde el kínder hasta el salón tanatalógico- o al menos alguien de por su rumbo. No alcancé a cazar toda la conversación, apenas fragmentos: la menos anciana contaba que su nieto estaba paliducho y ojeroso, seguro por tanto tiempo que pasaba con los videojuegos, nomás lo veía absorto frente a la tele, los ojos perdidos y dale que dale a la palanquita del juguete, la nuera se lo dejaba y se iba al yoga para resolver un problema de su cadera, pero agradecía más cuando no estaba que a su regreso, porque su teléfono no dejaba de hacer ruiditos como desposeído y ella igual que el nieto, dale que dale a dedazos el juguete; la casa se ponía peor cuando llegaba su propio hijo con ese perro chato -el peg, el puk- que le cuidaba al de la tienda.

-¿Y ya estás lista para criar a tu nieto? -preguntó la anciana lectora.

-No, no, a mí me toca ser abuela. Darle dulces y consentirlo. Ser padres les corresponde a ellos.

-Pero te lo van a dejar en tres semanas. Quizá regresen cuando tu nieto tenga 18 años para pedirle disculpas, pero mientras tendrás que cuidarlo tú.

La menos anciana se rió, como si se burlara. No es cierto, se trataba de una risa más nerviosa. La anciana lectora cerró su novela y limpió sus lentes para ver mejor a su interlocutora.

– Y si tiene ojeras no es por la tele, es porque él sabe que se va a quedar solo. Escucha discusiones en la noche y se angustia. Por eso juega con la tele, para no saber más.

-Ahí exageras, yo he leído cosas contra los videojuegos.

-Los deja idiotas, querida, así están mis nietos, pero es la evolución de la raza humana, ahí no está el problema. El problema está en que te lo dejen tanto tiempo mientras destruyen su matrimonio.

-Exageras…

-¿Tú crees que la yoga esa es para arreglar la columna? ¿Tu nuera necesita seguirla arreglando cuando regresa a tu casa y sigue con su teléfono celular?

-Debe hablar con sus amigas…

-Nunca te has asomado a las clases de yoga. Hay sudamericanos largos y sonrientes. Les acomodan las piernas para que piensen mejor. Tu nuera debe estar aprendiendo mucha filosofía…

-Ya estás chocha, ves cosas donde no.

-No, si no hace falta ver. Oyes su teléfono celular y te enteras. Eso todavía es su clase de yoga. Y si está tan absorta como tu nieto…

-Maldita perra. Le diré a mi hijo que haga algo de inmediato…

-A tu hijo le conviene. Tiene más tiempo para cuidar al perro del de la tienda.

-Esa cosa que tiene Joaquín de meterse en cosas que no debe interesarle…

-Es que le interesa, querida. Si es el muchacho de la tienda que me vende los cigarros, ya sé por qué le interesa…

Y ahí la anciana menos anciana no pareció entender. La anciana lectora se estaba aburriendo. Quería regresar a su novela.

-Tengo que sentarlos y hablar con ellos. Que lleven a mi nieto con un médico, que le den vitaminas…

-No les va a alcanzar para el médico, tienen que gastar en mudanza, abogados. Pero tú puedes hacerle una ensalada de berros y jitomate. Minerales y vitaminas…

-Te hace mal tanto tiempo sola. Piensas demasiadas cosas.

La vieja lectora la miró sobre las gafas.

-Costó trabajo deshacerme de todos para poder pensar.

La charla se desinfló y qué bueno, porque yo ya iba atrasado diez minutos pero no quería irme sin enterarme del final. La anciana menos anciana le preguntó a la lectora por su familia. Le pasaba lista de hijos, yernos, nietos, la otra respondía bien, bien, bien, como si no quisiera molestarse en comprobar que su parentela estuviera bien. Se despidieron con promesa de tomar café un día de estos. «Sí sí, algún día», dijo la lectora, por primera vez dubitativa, supongo que no tenía el menor interés en compartir su café matutino. La otra emprendió retirada, pero a diez pasos regresó a preguntarle a la lectora.

-¿Por qué dijiste que me van a dejar a mi nieto en tres semanas?

-Porque en dos semanas marchan los mariconcitos -sonrió ampliamente -. Eso inspira a muchos a cambiar su vida. Van a estar bien todos: tu nuera, tu hijo, tu nieto. Tú.

El de los sudokus y crucigramas, que estaba tan atento como yo de la plática, parecía querer explicarle a la vieja con verticales y horizontales. Yo fui guardando tableta, cigarros, audífonos para irme también.

La vieja ahí sigue, leyendo. Sigue causando respeto. Un poco de temor también. Piensa demasiadas cosas y ahí estamos los demás, tan silvestres, tan esmerados en nuestras lecturas.

Agatha-Christie