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El estupor del Mono Satírico

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¿Recuerdan el cuento de Monterroso del Mono Satírico? Este mono quería caricaturizar a los animales que vivían a su alrededor y decidió asistir a sus fiestas para entender sus comportamientos. Pero se hizo amigo de sus objetos de estudio. Por eso, cuando se decidió a escribir sobre ellos, descubrió que ya no podía decir gran cosa contra las urracas ladronas, ni contra las serpientes oportunistas, ni contra las abejas emprendedoras, ni contra las gallinas promiscuas: conocía tanto a todos, se habían vuelto tan cercanos, que le era imposible afilar pluma y lanzarse a desfacer sus entuertos.

Algo semejante le ha ocurrido al redactor de este polvoriento blog: interesado en describir la condición humana de los 2010 ha querido chacotear sobre:

  • La ingenuidad de los estartuperos, que persiguen su sueño tal y como lo aprendieron del Profeta Jobs y como lo refrendan legiones de atalayas del Ted Talk, sabios desde la intuición de sus pantallas táctiles, que relajados e irreverentes han decidido Agregar Valor Al Mundo. Ya me andaba por describir su emoción genuina mientras se lanzan a transformar su realidad, con esa fotos donde rescatan cervatillos y ceramistas de Huatulco, pero sus ojitos brillantes y sus caritas empapadas me parten el alma y prefiero entenderlos, abrazarlos y decirles que todo va a salir bien.
  • Luego vino la compulsión feminista, la revolución que deviene dogma para derrotar al heteropatriarcado y de paso traer en finta a los onvres y sus fragilidades; recitar el florilegio de dichos y dichas que neutralizan reparos o disidencias, tengan sentido o no. «Antes de discutir ponte a leer»; «llevas muchos siglos de hablar, ahora escucha»; «harta de verte pontificar desde tu privilegio», «no me hagas mainsplaning»; «cierra las piernas»; «no me hagas gaslighting con la luz de mi desprecio». Y uno se va a la cantina a quedarse callado y sigue la confrontación-deconstrucción en reversa: «¿no piensas decir nada?»; «¿cómo quieres deconstruirte si no dices nada?»; «¿Así se comporta un onvre?». Pero ya engolosinado con el tema recuerdo que el 87.46% de las muchachas con las que quiero chingarme un mezcal andan dándole a temas semejantes, de modo que hay que entrarle con paciencia a la autoexploración micromachista y entender cómo se le hace ahora para dejarse querer.
  • Acogotan mucho más los columnistas académicos, Politólogo, Financiólogo, Opinólogo made in CIDE, y su fatuidad omnisapiente con la que retrucan cualquier aseveración del vulgo -el hombre de a pie, se dice, condescendiente-. y aseguran que la Universidad de Stanford puso a pelear a cinco micos contra cinco cuyos y tras haberse masacrado (y antes de que llegara Greenpeace a protestar), descubrieron que de verdad no nos está llevando la chingada, que la resiliencia permite aguantar más chingadazos, los gasolinazos de hoy, los desempleos de mañana, las jetas rozagantes de Macri y Peña Nieto, las pretensiones de poder de Magdalena Zavala o Ricardo Anaya.
  • Pero quienes más conflictúan son los sitios que se han chupado lo mejor del talento de los blogueros veteranos para transformarlos en aburridos redactores de listas: «27 Lugares Que Debes Conocer Antes De Llegar Al Climaterio», «17 Comidas A Las Que Debes Ponerle Salsa Valentina», «Por Qué Es Mejor Casarse Con Una Autoviuda»; compilado de ocurrencias que buscan que la gente ría, llore, aplauda y realice el acto más importante del ser humano del siglo XXI, aquél que les da trascendencia y los convierte en hombres y mujeres de su tiempo: el acto autónomo y emancipador de dar un click.

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Quienes usamos redes sociales y ya aprendimos a ponerles filtros a nuestra papadas, estamos debidamente condicionados por impulsos emocionales elementales. Nos sentimos abatidos, fervorosos,esperanzados o acomplejados por el cúmulo de deberes que se nos inculcan desde las listas, los consejos y las advertencias del contenido basura, consecuencia alborozada de aquella apuesta ingenua que fue el viejo blog. En ellos buscábamos generar lazos genuinos antes de que se llamara engagement; pretendíamos ostentar inteligencia, sensibilidad o empatía, porque en el fondo (no nos hagamos) queríamos tomar cervezas con alguien, tener sexo con otro alguien o debrayar ideas absurdas con algún alguien más; después, los sitios con SEO convirtieron nuestra miseria humana en señuelos aspiracionales para que el cliente suelte el cheque. Antes había comunicaciones imprecisas, contradictorias, que también improvisaban ideas, divagaciones, intuiciones; ahora se han transformado en dos renglones de redacción inocua para que el seguidor orgánico pueda leer mientras se balancea en la ruta del metrobus, para boicotear la productividad en la oficina, para paliar las mañanas desesperadas del ama de casa moderna; cápsulas de procrastinación para enfermos de desidia, clickeadores abúlicos que canjearon lo incómodo de las especulaciones por un sistema de promesas (buen sexo, inteligencia cautivadora, compañía amable, menú sorprendente en un destino de ensueño).

Ahí es donde este mono satírico se ha quedado boquiabierto y cariacontecido, sabe que su blog adolece del arte de la síntesis o de una red de relachonchips que lo lleven a pasear en globo, tampoco le salen muy bien las listas para mejorar la vida en pareja (en realidad es muy malo para tener vida en pareja), ni hace análisis con datos tan comprobados como comprobables, de los que se pergeñan en una moleskine (también por eso no se ha comprado ninguna moleskine). Sólo sabe insistir en dos que tres necedades: consignar lo que su jugo gástrico o la comezón de sus pies le urgen: los cánones de belleza requeridos para poder pedir un late chai deslactosado, el miedo al vecino que cobra el mantenimiento o a la insidiosa gentrificación que se cierne alrededor.

Como el de Monterroso, este mono satírico también se ha ido volviendo aburrido en su estupor. Su única salida sería buscar tutoriales para dedicarse a la Mística y el Amor.  Capaz regresa cuando se acerque el centenario de Rulfo. Arremeterá contra herederos y autoridades con saña rencorosa, candorosa, como si se le fuera la vida en ello.

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Leo los cuentos de Chéjov como si fueran novela

cubierta_CHEJOV_ICuando de chavo leí algunos cuentos de Chéjov –los famosos, en edición precaria de Astral-, lo hice desde la fatuidad de quien quiere asimilarlo todo pero no entiende nada, y tan no entendí que si me preguntan sólo recuerdo “La dama del perrito”, y eso más por la versión de cine Ojos negros. En esas lecturas de opinador compulsivo dije lo que todo mundo: Chéjov es el maestro de la alusión, del final abierto, del asombroso sin sorpresa porque sus relatos son-como-la-vida-misma. Bla.

Pero hace un año salió ese primer tomo azul, tan suculento, de sus Cuentos completos (1880-1885), y con mi primera plata que no se iba en deudas lo conseguí. Las reseñas y el prólogo del editor Paul Viejo advierten que todavía no es la obra del Chéjov-Chéjov más Chéjov, es material de juventud, de sus veinte a 25 años, picadero de piedra que va moldeando al cuentista.

¿Vale la pena leer un compilado de prueba-y-error así? Y ahí hay que concentrarse en la portada del tabique: adelante del Chéjov fantasmal de lentes, de porte grave de tan consagrado, está el chavito con ceño temperamental, entre estudiante de medicina y aprendiz de escritor, que debe haber llegado a las revistas primero con arrogancia, después moderando las ínfulas, y que escribió como loco, un relato a la semana; la biografía dorada dice que para mantener a la familia, la biografía que se lee entre cuento y cuento atisba otro propósito: Antosha Chejonté (la más constante de sus firmas) escudriña sus recursos narrativos buscando resolver cada vez mejor sus relatos; contempla a la sociedad rusa con un regocijo bufón que poco a poco se convierte en comprensión y compasión. Ahí es cuando, cuento tras cuento, se va leyendo la novela de un aprendizaje de la escritura, que se desarrolla en historias de página y media, tres páginas, alguna valentonada que llega a las cuatro o cinco, como si Chéjov probara músculo y el músculo a veces todavía no daba y había que regresar al apunte humorístico de cuarenta renglones. También es un aprendizaje vital: el joven ávido de anécdotas afina su mirada que se vuelve sabia y concentrada.

El Chéjov de este primer tomo es un humorista no siempre eficaz. Se nota la escritura por encargo y la disciplina obliga a muchas piezas apenas cumplidoras: apuntes costumbristas, diálogos cotorros y hasta listados al estilo de los contenidos siempre nuevos y siempre frescos de Buzzfeed o Upsocl. Hasta se da permiso de parodiar el estilo científico, y para Chéjov soporífero, de Julio Verne, en «Las islas voladoras», donde chacotea escribiendo entre paréntesis: «(sigue aquí una larga y tremendamente aburrida descripción del observatorio, que el traductor del francés al ruso ha creído mejor no traducir para ganar tiempo y espacio)», o hacer una nota a pie de página sobre el oxigeno: «Gas inventado por los químicos. Dicen que es imposible vivir sin él. Tonterías. Lo único con lo cual no se puede vivir es el dinero»

Los relatos de humor suelen ser anécdotas que persiguen remates graciosos, parecen moldes para ensayar recursos posteriores. En muchos de estos cuentos Chéjov establece un espacio apenas acotado, un par de personajes con diálogos llenos de inflexiones, trastabilleos y malos entendidos: sketches que también van anunciando al Chéjov dramaturgo. Pero las anécdotas aún ocurren en escenografías y no en el mundo.

¿Qué se lee entonces de este narrador sin sus destrezas narrativas en plenitud? La disciplina (ya dije) pero más interesante, la corrección y reelaboración de sus temas. Como ejemplo los cuentos «El día de San Pedro», de 1881, y «El veintinueve de junio», de 1882, con el mismo argumento: es una jornada de cacería, con un grupo de personajes atolondrados: está el burgués que organiza la caza con intenciones diplomáticas; el militar viejo, arrogante por sus antiguas glorias aunque su puntería ya es desastrosa, un doctor que no quiere departir con los otros pero se siente obligado a acompañarlos, y ambos cuentos son persecuciones de errores y trastabilleos entre los cazadores, hasta que con la llegada de la tarde se reconcilian y regresan a casa con disculpas y rencores a cuestas; pero mientras «El día de San Pedro» se limita al regocijo de tropiezos y maledicencias, en el otro cuento crece el propósito, cuando hacia el final se advierte que este grupo se reunirá año tras año a perpetrar el mismo ritual: «Nos peleamos, nos desollamos vivos, nos odiamos y nos despreciamos los unos a los otros, pero no podemos separarnos. No se extrañe ni se ría, lector. Vaya a la aldea de Atletaievka, pase en ella un invierno y un verano y comprobará lo que digo». Así se atisba la cotidianidad de un pueblo, el tiempo congelado que apenas se advierte por las arrugas, la amistad que se arraiga por fatalidad.

Entre estos ensayos se va reconociendo, aun con errores técnicos, el aprendizaje. El cuento «El y ella», trata del matrimonio desigual entre una diva de la ópera y su representante mediocre; usa el recurso, poco probable, de que ambos hayan redactado sus opiniones del otro; lo forzado del procedimiento es menor cuando el cuentista deja crecer a sus personajes y les permite monólogos bellísimos sobre la apreciación del otro, el autorreconocimiento, lo inasible del arte y finalmente, el amor.

Después de dedicarle insultos y ridiculizaciones, dice él de ella:

«Sin embargo, observadla cuando, pintada, maquillada, erguida, avanza hacia el proscenio para competir con los ruiseñores y los pájaros que saludan al alba en mayo ¡Que empaque imponente y qué encanto en sus andares de cisne! (…) Cuando comienza a cantar, cuando sus primeros trinos se expanden por el aire y yo siento dulcificarse mi alma inquieta, fijaos en mi cara y se os revelará el secreto de mi amor»

Y más adelante, después de desprecios y caricaturizaciones, ella cuenta que cuando se conocieron, él le prohibió que bebiera de más e impuso una moral inflexible para protegerla. El vulgar muchacho de bigote incipiente la contenía, y es lo que ella aprecia:

«Aunque en realidad, Dios sabe por qué le querré. Entiendo muy poco de psicología y , al parecer, este es un asunto psicológico… «

Aquí Chéjov ya sabe contemplar sin humoradas las contradicciones de los personajes; los enclava en paradojas vitales que los consume y les permite que su fuga –no perfecta, la única disponible- sea la complicidad tolerada.

Por ahí se asoman entonces dos cuentos mayores, «Mercancía viva» y «Flores tardías». El primero sigue padeciendo de giros argumentales artificiales: un hombre le cede su esposa a un comerciante, éste siente culpa y por eso le permite al primer esposo que esté cerca de ellos; la esposa va y viene de una pareja a otra, en una coreografía más vodevilesca que verosímil, pero el desgaste de las emociones deriva en un patetismo que degrada al trío en antihéroes decadentes. Y casi enseguida viene “Flores tardías” y ahí aparece el gran cuentista: los aristócratas venidos a menos, de linaje orgulloso pero economía miserable, son tratados por un médico que de niño fue su sirviente, y como tal desdeñado, y ahora les da consultas baratas, casi por compasión. Aparece la tensión de lo que no dicho: ¿los aristócratas pueden seguir haciendo menos al médico, a pesar de su éxito profesional? ¿El médico les guarda rencor y por eso el trato tan indiferente? En estos dilemas, la hija de la familia aristócrata empieza a enamorarse del doctor y se angustia entre la realidad de sus sentimientos y la obligación de las apariencias. Alguna de las escenas principales pone a todos los personajes a conversar; la familia quiere ser amable y el médico sólo recita una disertación incomprensible sobre la pulmonía. Debajo vibran los otros dilemas. Chéjov aprende la alusión. El cuento emociona mientras los personajes contienen la verdad de sus dramas. La solución es conmovedora. En “Flores tardías” se condensa el escenario, el diálogo, la mirada fina, la contención de la pluma, la frialdad que deviene compasión y hasta se permite un último renglón humorístico que ya tiene más intención de ironía.

Todavía me falta mucho de este primer tomo. Me intriga que después de este cuento, Chéjov haya regresado a piezas menores (obviamente, la disciplina de publicar) y no obstante ha aprendido a dejar a propósito huecos, finales abiertos, circunstancias en vilo que el lector debe completar. Como novela, el tránsito de estos cuentos sigue siendo una emoción y un enigma. ¿En qué momento recuerda que escribió “Flores tardías” y regresa a ese nivel de escritura?

Sigo leyendo. La angustia es que ya vi en librerías el tomo segundo, que según reseñas, abre con otro gran cuento, “Un drama de caza” en traducción de Sergio Pitol. La siguiente plata que tenga y que no sea para pagar deudas va sobre él.

La lectora de Agatha Christie

Coleccion-Agatha-Christie-600x341En las mañanas el café San Remo es como una Academia de Desarrollo Humano. Prefiero pensarlo así para resarcir la dignidad de los desempleados, subempleados y aspirantes no muy tenaces a empleos que lo frecuentamos. Aunque no se crea, en el turno matutino el 80% de los clientes somos lectores compulsivos, pero además disciplinados a un plan pedagógico que envidiaría el Tec. de Monterrey. Desde las ocho ya está un señor de calva incipiente que hace apuntes en un block amarillo sobre Las leyes de la atracción, convencido de que el mundo entero está fraguando algo a favor de que logren sus sueños. Otro más joven ejercita sus habilidades cognoscitivas con crucigramas y sudokus. El de traje reiterativo y peinado preciso subraya y pega post-its muy prolijos en su Introducción al PNL. Una posthippie de falda floreada y perrito impertinente escudriña manuales de Tarot y hasta ha dado consultas in situ. Otro me cae mal pero consigno su esfuerzo: grueso, bigotón, pinta de abogado, apaña las mesas cercanas a los enchufes para conectar sus tres celulares, que suenan y vibran como dependencia de gobierno. Siempre engola la voz fuerte y parece hablar de negocios rentabilísimos. Cuando cuelga, continúa revisando con esmero los análisis políticos de La Razón.

Yo participo con la tableta y mis PDFs que me enseñan a mejorar mi lenguaje corporal. He notado que ya puedo mirar directo a los ojos de mi interlocutor y enarcar sutilmente las cejas, para provocarle una impresión importante.
anciana-lectoraLa que no termina de entonar en nuestra academia es una anciana desgarbada, permanente apretado, gafapastas de antes que los hipsters fueran hipsters, que ejerce la actividad menos productiva: lee novelas policíacas. Son las vetustas ediciones de Agatha Christie, las de Selecciones de Biblioteca Oro que más tarda uno en abrirlas que en convertirlas en baraja, y tal como barajas las trae ella, y debe ser dueña de una disciplina obsesiva para mantener completos sus ejemplares. La imagino sacando sus ejemplares de un librero atestado de carpetitas y recuerdos de Morelia o Yucatán, imagino que tiene veinte o treinta tomos y que se propuso leerlos o releerlos en algún momento culminante de su vida, que pudo haber sido la muerte de su esposo, el casamiento del menor de sus hijos o su jubilación de una de esas empresas de antaño que no estaban peleadas con la antigüedad de los empleados. Los de las mesas cercanas la miramos con simpatía porque representa el ideal al que aspiramos: la vida en retiro, sosegada, con libros cómplices que nos hagan llegar al ansiado estadio de la contemplación.

Más de una vez he querido interrumpirla, pretextar una plática sobre el clima para que me comparta su sabiduría. Una anciana que lee novelas de Agatha Christie no puede ser menos que sabia. De hecho lo sería menos si trajera novelas de las que recomiendan los portales literarios. Pero un poco la timidez, otro la veneración -sería como distraer a un místico de su proceso meditativo- me mantienen apartado. De vez en cuando lanzo una ojeada para comprobar que sigue ahí, o si acaso ya se convirtió en mariposa, la más obvia de las transformaciones que preveo.

Un día estaba con ella otra anciana, más joven que ella; según entendí excompañera de la escuela -en estas colonias se conocen desde el kínder hasta el salón tanatalógico- o al menos alguien de por su rumbo. No alcancé a cazar toda la conversación, apenas fragmentos: la menos anciana contaba que su nieto estaba paliducho y ojeroso, seguro por tanto tiempo que pasaba con los videojuegos, nomás lo veía absorto frente a la tele, los ojos perdidos y dale que dale a la palanquita del juguete, la nuera se lo dejaba y se iba al yoga para resolver un problema de su cadera, pero agradecía más cuando no estaba que a su regreso, porque su teléfono no dejaba de hacer ruiditos como desposeído y ella igual que el nieto, dale que dale a dedazos el juguete; la casa se ponía peor cuando llegaba su propio hijo con ese perro chato -el peg, el puk- que le cuidaba al de la tienda.

-¿Y ya estás lista para criar a tu nieto? -preguntó la anciana lectora.

-No, no, a mí me toca ser abuela. Darle dulces y consentirlo. Ser padres les corresponde a ellos.

-Pero te lo van a dejar en tres semanas. Quizá regresen cuando tu nieto tenga 18 años para pedirle disculpas, pero mientras tendrás que cuidarlo tú.

La menos anciana se rió, como si se burlara. No es cierto, se trataba de una risa más nerviosa. La anciana lectora cerró su novela y limpió sus lentes para ver mejor a su interlocutora.

– Y si tiene ojeras no es por la tele, es porque él sabe que se va a quedar solo. Escucha discusiones en la noche y se angustia. Por eso juega con la tele, para no saber más.

-Ahí exageras, yo he leído cosas contra los videojuegos.

-Los deja idiotas, querida, así están mis nietos, pero es la evolución de la raza humana, ahí no está el problema. El problema está en que te lo dejen tanto tiempo mientras destruyen su matrimonio.

-Exageras…

-¿Tú crees que la yoga esa es para arreglar la columna? ¿Tu nuera necesita seguirla arreglando cuando regresa a tu casa y sigue con su teléfono celular?

-Debe hablar con sus amigas…

-Nunca te has asomado a las clases de yoga. Hay sudamericanos largos y sonrientes. Les acomodan las piernas para que piensen mejor. Tu nuera debe estar aprendiendo mucha filosofía…

-Ya estás chocha, ves cosas donde no.

-No, si no hace falta ver. Oyes su teléfono celular y te enteras. Eso todavía es su clase de yoga. Y si está tan absorta como tu nieto…

-Maldita perra. Le diré a mi hijo que haga algo de inmediato…

-A tu hijo le conviene. Tiene más tiempo para cuidar al perro del de la tienda.

-Esa cosa que tiene Joaquín de meterse en cosas que no debe interesarle…

-Es que le interesa, querida. Si es el muchacho de la tienda que me vende los cigarros, ya sé por qué le interesa…

Y ahí la anciana menos anciana no pareció entender. La anciana lectora se estaba aburriendo. Quería regresar a su novela.

-Tengo que sentarlos y hablar con ellos. Que lleven a mi nieto con un médico, que le den vitaminas…

-No les va a alcanzar para el médico, tienen que gastar en mudanza, abogados. Pero tú puedes hacerle una ensalada de berros y jitomate. Minerales y vitaminas…

-Te hace mal tanto tiempo sola. Piensas demasiadas cosas.

La vieja lectora la miró sobre las gafas.

-Costó trabajo deshacerme de todos para poder pensar.

La charla se desinfló y qué bueno, porque yo ya iba atrasado diez minutos pero no quería irme sin enterarme del final. La anciana menos anciana le preguntó a la lectora por su familia. Le pasaba lista de hijos, yernos, nietos, la otra respondía bien, bien, bien, como si no quisiera molestarse en comprobar que su parentela estuviera bien. Se despidieron con promesa de tomar café un día de estos. «Sí sí, algún día», dijo la lectora, por primera vez dubitativa, supongo que no tenía el menor interés en compartir su café matutino. La otra emprendió retirada, pero a diez pasos regresó a preguntarle a la lectora.

-¿Por qué dijiste que me van a dejar a mi nieto en tres semanas?

-Porque en dos semanas marchan los mariconcitos -sonrió ampliamente -. Eso inspira a muchos a cambiar su vida. Van a estar bien todos: tu nuera, tu hijo, tu nieto. Tú.

El de los sudokus y crucigramas, que estaba tan atento como yo de la plática, parecía querer explicarle a la vieja con verticales y horizontales. Yo fui guardando tableta, cigarros, audífonos para irme también.

La vieja ahí sigue, leyendo. Sigue causando respeto. Un poco de temor también. Piensa demasiadas cosas y ahí estamos los demás, tan silvestres, tan esmerados en nuestras lecturas.

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En la casa de François Ozon: narrativa como reality show

affiche1Dos cosas me gustan de En la casa (Dans la maison, 2012), penúltima película de François Ozon: 1) el registro meticuloso de cómo es un proceso de escritura creativa 2) la reivindicación de la narrativa como forma necesaria de cultivar el morbo.

Para ponernos en contexto:  está Germain (Fabrice Luchini), profesor de literatura aburrido, que no cree mucho en las capacidades de sus alumnos, y está Claude García (Ernst Umhauer) alumno talentoso que destaca del promedio con sus ejercicios escolares, en ellos cuenta cómo se ha vuelto amigo de una familia aburrida y burguesa, los Artole, y hace la crónica de esta familia con mala leche y pulso socarrón. Aquí entra el juego del taller literario: Claude describe al padre de los Artole (Denis Ménochet) como un payaso en pants que sólo habría sido posible en la comedia de los Cohen Burn After Reading hasta que el maestro Germain lo corrige a un tratamiento más sutil, la cámara de Ozon se regodea en mostrar las dos posibilidades del personaje y con ello las sutilezas de una escritura que transita de la farsa a un humorismo más elegante. Así también, por recomendaciones de Germain, Claude decide poner énfasis en crear con más matices al insípido (Bastien Ughetto en cumplidora faena de parecer hobbit filmado por Chabrol) o concentrarse en lo que verdaderamente le interesa de esa casa, lo que desborda el juego literario hacia la intriga erótica por Esther Artole (Emmanuell Seigner), una contenida Emma Bovary en busca de su Raymond Radiguet.

dans-la-maison-06Aquí entra el segundo atractivo de la película: cuando Ozon sugiere que una narrativa atractiva también es una narrativa fisgona, que promueve el morbo, con toda su insalubridad.  Se suele despreciar al morbo como jugador importante de la narrativa literaria, la necesidad de elevarla a lo institucional lo desdeñan como parte lamentable de la naturaleza humana, pero mucho de los motivos por los que se leían y se siguen leyendo novelas tienen que ver con él; la novela por entregas (lo mismo que hace Claude desde sus ejercicios escolares) se basaba en esa intriga que cada semana actualizaba los horrores, las revelaciones o las resoluciones de los protagonistas de las novelas más memorables. Ese morbo operaba como estímulo para que los autores escudriñaran zonas incómodas o poco exploradas de los individuos y sus sociedades: en el siglo XIX les horrorizaba y fascinaba reconocer el proceso mental que llevaba a una mujer a cometer adulterio (Madame Bovary y Anna Karenina), el siglo XX angustiado por la Guerra Fría quería conocer los secretos de los espías (Green) o los luchadores sociales al borde de la revolución (Michaux); las sociedades pop se escondían para leer el desparpajo adolescente (Salinger y Sagan) o de los yonquis al límite (Kerouac); hasta las expectativas más intelectuales y refinadas buscaban culpa y regocijo en la elaboración morosa de procesos mentales como el flujo de la conciencia (Ulises) o la elaboración desordenada pero reveladora de la memoria (Proust); todo tenía el interés primitivo de un lector que quería acercarse a experiencias en apariencia lejanas de su cotidianidad. La novela ha perdido el morbo en la medida que se ha institucionalizado y se ha convertido en un ejercicio autorreferencial que describe cómo nuestros escritores favoritos sobrellevan sus enfermedades crónicas mientras reflexionan sobre glorias literarias ya muertas. Eso no ha hecho olvidar el interés genuino de la novela, aquella que aludía a la intriga menos digna de orgullo. A esa literatura alude Claude entrometiéndose con los Artole, y a esa recepción del lector morboso alude Ozon al convertir a Germain y a su esposa Jeanne (Kristin Scott Thomas) en lectores primitivos hasta lo ingenuo, que necesitan de cada nuevo capítulo para indagar sobre quienes no son ellos, o en quienes se reflejan. El morbo más silvestre hacen al matrimonio intelectualoide de los Germain seguir esta crónica malsana, los manipula hasta que las entregas se les convierta una necesidad vital, como le pasaría a los lectores decimonónicos que seguían a Dickens o Conan Doyle (o como ahora seguimos a Mad Men o a Breaking Bad mientras la narrativa literaria contemporánea sigue tomando antiácidos y aspirinas).

dans-la-maison-2012La práctica creativa que Ozon promueve es la de una narrativa que deviene reality show. Ozon insidioso obliga al interés de las partes menos luminosas de los Artole, en cómo contienen sus pulsiones sexuales, en cómo navegan pacíficos y sonrientes por una mediocridad que Raymond Carver tan bien supo escribir; un potaje de insatisfacciones incapaces de estallar y que necesitan de la pluma de Claude para tener sentido. La familia Artole importa porque Claude la escribe; dejará de importar cuando este Radiguet mustio fije su concentración en otras personas/personajes. Ozon presenta una poética del morbo y la decadencia disfrazada de funcionalismo clasemediero, como ya lo había hecho en Swimming Pool (03) o en Gotas de agua sobre piedras caliente (00). Y deja al espectador como al matrimonio Germain: ansioso de su siguiente entrega, que según se sabe, tiene a la hermosa Marine Vacth desnuda muchas horas-pantalla. A ver corriendo, con el morbo a todo lo que da.