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Escatología y leyendas del sueldo

Siempre que regresábamos del banco, mi madre nos hacía lavarnos las manos. “Tocaron dinero, quien saben quiénes lo tocaron antes”, decía, sin atender que ella era quien había agarrado el dinero y mi hermano y yo nomás fuimos de fisgones. Pero de ahí quedó la idea: que los bancos y, en extensión, los cajeros automáticos, son lugares sucios, con la calidad de un baño público, un callejón que se ha convertido en urinario o una oficina del PAN. Ni siquiera se necesitaba tocar el dinero, con transitar por el sitio ya te contaminabas de gérmenes oscuros y simbólicos, porque a lo sucio de las monedas y los billetes se agregaba la suciedad cultural, social, histórica, moral, del puerco dinero que a todos nos corrompe, nos hace grotescos y nos obliga a experimentar las experiencias más lamentables: trabajar, la primera de ellas.

Una derivación de esta mugre del dinero deriva en los sueldos. ¿Por qué cuesta tanto trabajo hablar del dinero que ganamos con el sudor de nuestra frente? Desde mi estacología infantil, supongo: porque es como describir la calidad de tus evacuaciones: si la nómina tiene la firmeza de alguien que ha incorporado la granola en su dieta, o si el recibo de honorarios tiende a ser aguañosito y sin consistencia digna de presunción.

Como la caca con el gastroenterólogo, el sueldo sólo se lo muestras a tu pareja, a tu contador, al que quiere venderte un seguro o al fetichista de las Afores. Con el resto del mundo usas aproximados: sueldazo (los menos), una miseria (los más).

Pero justo la discrecionalidad de revelar los sueldos detiene una charla desintoxicante con nuestros semejantes de por qué, literalmente y en figurado, nos está llevando la mierda. Hablamos de nuestros sueldos con alusiones prudentes y las miradas en sesgado del otro lo calculan desde nuestra ropa, la calidad de nuestros lentes o la bebida que pedimos al mesero; suponemos las cifras según recordamos si el interlocutor llegó en metro o en Uber, la coprofilia se destapa cuando algún valiente se atreve a lanzar la cifran contundente: ¡12,000! ¡8,000! ¡10,000 menos IVA ISR y cooperación voluntaria a la ONG que merodea en la oficina!

El consuelo inicia cuando el interlocutor desazolva su intimidad y revela que apenas gana 500 más o 500 menos que tú. La liberación de las cifras, como purgante, desborda las glorias y miserias de nuestras negociaciones de los sueldos. Podría crearse toda una corriente literaria alrededor de negociaciones exitosas (las menos) o fallidas (las más) de los salarios: la intimidante oficina del patrón (líder, dicen los portalitos a los que les gusta llamarles líder), la firmeza o los titubeos para explicar que llevo muchos años en la institución y creo que mi trabajo es valioso, la sonrisa compasiva para explicarnos que son malos los tiempos, nuestra sonrisa que oculta la angustia, para replicar que uno sabe perfectamente bien cómo están los tiempos (¿quieres que te enseñe el saldo de mi tarjeta o le paramos con la letrina?) Y ahí el patrón despliega sus dotes demagógicos: el país vive uno de los momentos más desafiantes de su historia y exige de nosotros un compromiso y un sacrificio a la altura de nuestros tiempos.

Pero así como se aglomeran los lugares comunes de las negociaciones fallidas, también se cuentan historias asombrosas e improbables, de quienes sí consiguieron el cometido: un conocido de mi primo, la mejor amiga de mi mujer, dos chavos tatuados que usaban Converse y que conocí en una peda. Ellos sí supieron usar la frase punzante que convenció al patrón para el aumento. Fueron determinantes y tajantes: me llegó otra buena oferta de trabajo (aunque no sea cierto); o apostaron por el minimalismo: ese chif, rífese con el cheque gordo; y por supuesto que hay historias licenciosas, alcohólicas o con el protagonismo de los estupefacientes. Pero hayan sido arrogantes, ingeniosos, de moral ligera o argumentos audaces, todas las personas que lo consiguieron adquieren estaturas legendarias.

Imagino que ese carácter épico de quienes consiguieron el aumento de sueldo tiene que ver con una postura entre cínica y combativa de la vida. La manipulación empresarial o institucional suele tener éxito con la mayoría, debemos sentirnos halagados que el entrepeuner nos ha dado la oportunidad, que el corporativo nos ha dado una tarjetita (para checar) y una gorrita con su logo. De ahí que sugerir un ajuste parecería sacrilegio. Justo haciendo el símil religioso: ¿quién se atreve a pedirle una mejor vida a Jesucristo Nuestro Señor?

Mientras que el ateísmo del que se lanzó a discutir su aumento descoloca los cimientos mismos de la cultura laboral. Todo bien con la visión-misión-valores de tu changarro pero con esta miseria no como. Está chingón el logo de tu proyecto, pero más chingón estaría que el cajero me dé un saldo abultado. Además de la justicia laboral y de la necesidad económica, el buen salario representa un ejercicio de autoafirmación y dignidad. Que al menos en México, desde el desmantelamiento de la política laboral, parece haber perdido el sentido de lo colectivo para transformarse en la hazaña de individuos específicos que se atrevieron a confrontar (y aunque sea levemente, conmover) al sistema.

Quienes logran negociar mejor su sueldo son unos héroes, cierto, pero quizá también acá se explica la relación con la coprofilia. Que es un asunto que se trata en lo oscurito, entre susurros ajedrecísticos entre patrón y empleado, que el trato esgrimido es un ejercicio discrecional. Y que parece como esa escena de El fantasma de la libertad, en el que mientras se realizan las deposiciones en elegantes comedores, lo sustancioso de comerse el pollito se realiza en la intimidad del sanitario.

Una negociación exitosa del sueldo equivale al enfrentamiento de dos vaqueros míticos, a quien logró llegar a la cima del Everest, a los padres primerizos que consiguieron que su bendición durmiera toda la noche. Serían los más solicitados para tutoriales o cursos en línea, consejos en tik tok o charlas relajadas en los ted talks que sobreviven: estrategias para que te aumenten el salario, prácticas de índole esotérico a las que sólo acceden cuatro o cinco iniciados.

Mientras que los legos, cerveza tibia en mano, miramos pasar esas grandes historias lejos de nosotros e inventamos nuestra propia, más prudente estrategia: llegar a la oficina más temprano, aprender mejor el Excel, perder menos tiempo en el baño y más en el escritorio, frente a la pantalla, en esa otra forma escatológica de ser humano. Justo lo que el capitalismo siempre ha querido.

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2020 y los tiempos que estamos viviendo

En marzo

El último día de 2020 en la oficina (¿hace ocho, nueve meses?), todos revisaban sus computadoras y cargaban de información sus discos duros, listos para encerrarse durante el tiempo incierto que indicaran las políticas de Sana Distancia. Entonces apareció Zamani, quien recién terminaba su servicio social. Siempre sonríe mucho, ahora traía un entusiasmo insultante.

—¡Qué tiempos estamos viviendo! —saludó exaltada.

Y había en la oficina tantos rostros neuróticos o vacilantes, que agradecí la insolencia. Su sonrisa me emocionaba: se estaba sintiendo parte de la historia. Estaba a punto de entrar a la cuarentena como en China, España y Reino Unido; esos rasgos comunes que tenía con el resto del planeta por usar el mismo iphone o adorar al mismo Harry Styles ahora alcanzaba su cumbre mayor: estaba a punto de compartir con el mundo la intimidad del miedo, el fastidio, el reto de la resistencia en el encierro.

Por alguna razón pensaba en el inicio de la Primera Guerra Mundial. No que las tropas fueran a la guerra exultantes de alegría, pero sí había cierta ansiedad por empezar a participar de La Historia que habían aguardado durante veinte años, así ésta fuera trincheras, tanques y gas mostaza (pero aún no lo sabían). La pandemia del covid-19 podría parecerse a la Gran Guerra porque esboza el rostro del siglo, pero también porque se trata de un acontecimiento que, sin saber que vendría, todos de alguna manera la esperábamos.

George Steiner habla de este presentimiento de inicios de siglo XX que iría acumulando ansiedad social, hasta que la guerra se considerara como una consecuencia casi natural:

Alrededor del año 1900 se registró una terrible tendencia, es más aun, una intensa sed por lo que Yeats iba a llamar ‘la marea teñida de sangre’. Exteriormente brillante y serena, la belle époque estaba amenazadoramente demasiado madura. Anárquicas compulsiones estaban llegando a un punto crítico por debajo de la superficie del jardín. Nótense las proféticas imágenes de peligrosos subterráneos, de fuerzas destructoras listas para surgir de los sótanos y las cloacas, fuerzas que obsesiona la imaginación literaria desde la época de Poe y Los miserables hasta la Princess Casamassima de Henry James. La carrera armamentista y la creciente fiebre de los nacionalismos europeos fueron, según me parece, sólo síntomas exteriores de este malestar esencial. El intelecto y el sentimiento estaban literalmente fascinados por la perspectiva de un fuego purificador.

George Steiner, En el castillo de Barba Azul, 1970,

¿Por qué esta descripción semeja la pandemia de 2020? Porque así como bajo el relumbrón de la Bella Época se engendraban los horrores de la guerra, en el siglo XXI y bajo un entramado friendly de soportes tecnológicos, ted talks, redes sociales, acuñación de ideas que aspiran a filosóficas como la superación personal, el mindfullnes, las microdosis de lsd o la elevación del estatus de mascotas a progenie, se construye el individualismo, el narcisismo, la alienación, la depresión y la ansiedad crónicas, que en perspectiva parecerían requerimientos deseables para el encierro de 2020.

A muchos no les gusta la metáfora de la pandemia como guerra —la batalla contra el coronavirus, dirían los medios—, la comparación obedece más a su naturaleza de presagio: una sociedad mundial se preparó arduamente, desde el primer chat y la primera fantochada individualista, para hacer suyo el aislamiento, la aversión a los otros, la absorción de las pantallas, las islas que entrecruzan información sin terminar de comunicar algo íntimo y real (porque hasta lo íntimo y real están cifrados en una infografía estilo la película Soul).

¿Para qué no estábamos listos? Especulo: para la sobreinformación. No sólo los mensajes de productividad que van en declive, porque vamos teniendo claro que la competitividad y la excelencia son argucias de los dueños de los capitales. Pero hay más sobreinfomación: desde luego, los datos ciertos y erróneos sobre el virus, síntomas, riesgos, prevenciones, vacunas. Y sobreinformación de las acciones de los gobiernos, todas deformadas por el cochambre político de cada región y cada país. Pero también la sobreinformación de cómo sobrevivir y sobrevivirnos en tiempos aciagos. Webinars sobre verificación de datos, tutoriales de pensamiento mágico y acondicionamiento físico, newsletters con reflexiones woke, charlas de teatro, cine, literatura, antropología, historia, filosofía; infografías sobre cómo dormir, cómo despertar, cómo transitar con cierta destreza entre sueño y sueño. Entre todo eso, la información que nos compete íntimamente se difumina: ¿Cuándo volveré a abrazar a quien quiero? ¿Regresará el ocio del café sin que me preocupen los que me rodean? ¿Se acabaron los besos? ¿Las películas y las novelas y las series y los comics de los siguientes años agregarán personajes encapsulados tras sus mascarillas? ¿Qué tan cercana será la persona más cercana que se me muera? ¿Y si muero yo?

En diciembre

Busco a Zamani para saber de sus tiempos interesantes. Me comparte un diario de pandemia que hizo y que, de nuevo Primera Guerra Mundial, en algo recuerdan las cartas que los soldados enviaban a sus familias, en las que daban testimonio de los horrores de los enfrentamientos. Por supuesto que no se puede comparar la violencia de la trinchera en 1915 con un tedio rodeado de gadgets, mascotas y libros que acompañan el confinamiento actual, pero podrían ser equivalentes por el registro del presente y acaso la intuición del futuro.

Sobre la incertidumbre dice:

Me emociona como pocas veces en mi vida. Se siente como un cosquilleo novísimo en el esternón, en la parte anterior de los globos oculares, en el aire que retoza encandilado. Por primera vez todos, todos los que corrimos por las calles y vomitamos en el tiempo, todos, nos damos de airosa jeta contra la titánica e impávida incertidumbre. ¡Ja! Ahí está, magnífica, hermosa. Pero es gracioso porque siempre ha estado ahí, poblando cada rincón de nuestros minutos, puede que siendo incluso más eterna que dios. Por eso nos esforzamos tanto, tanto tiempo: hacer planes, llenarnos las manos de actividades que apaciguen, no… que enmascaren a la gran terrible. Ah, ¡y sí que íbamos con vuelo!

Y también le da vueltas a su ansiedad:

…de la nada soy precipitada al silencio que envejece frente a mis ojos y al titán del tiempo que a mi me dijeron que es relativo. Intentas bordar con los pulmones un poco de sentido en la existencia. En este punto, normalmente ya estoy tumbada en el suelo con el techo que me contempla contemplarlo desnuda durante horas (insisto, relativas). Poquitas veces, cuando pienso de más en la posibilidad, germinan remolinos entre la tirantez de mis dientes como si germinaran brotes de alfalfa. Y la ansiedad me nombra, me molesta la ropa, me molestan las puertas, me molesta mi cama. Entonces el refrigerador dice: ven, seamos amigos. Y antes yo le respondía: bésame, voy. Por suerte, ya no. Si acaso ya solo preparo algo que fumar.

Pero más me sorprendió el pequeño acto de contrición de Zamani por su entusiasmo de marzo: me cuenta que en esos tiempos se había tatuado un caballo del pintor alemán Franz Marc, quien murió justo en la Gran Guerra. Al inicio Marc estaba a favor de la contienda, pensaba que era una forma de purificar el alma enferma de Europa, “una guerra contra el enemigo interior e invisible del espíritu europeo”, escribió en una carta. Un año después, la visión de Marc cambia. En otra carta, para la esposa de su mejor amigo, quien ya ha muerto en la guerra, describe a la guerra como «la trampa más cruel en la que nos hemos abandonado los hombres».

Así también, en un audio de whatsapp, Zamani me cuenta una resignificación sobre su confinamiento, su aprendizaje del año:

Creo que lo que más he aprendido es sobre la incertidumbre, la soledad y la paciencia. Y humildad, mucha humildad, porque ahora ya no puedo decir que somos grandiosos e importantes, que qué padre que estemos viviendo un momento histórico. Los momentos históricos ocurren todo el tiempo y somos muy ciegos a veces para darnos cuenta. El momento histórico está siempre ahí. También hay humildad en el sentido que nosotros hemos causado esto, la destrucción el planeta, el consumo, destruirnos a nosotros mismos. De pronto nos creíamos todopoderosos y un bichito nos tira al suelo como humanidad. Entonces aprendes la humildad, que lo único que puedes hacer es asumir tu insignificancia y a partir de ella comenzar a tratar de ser un engranaje honesto con el resto de lo que te rodea.

Aquí seguían un par de citas de Giorgio Agamben de su ensayo «Qué es lo contemporáneo» en el que revisa esa materia ambigua, inasible, del presente y más cuando se piensa con un sentido histórico, pero ya se alarga mucho el cuento y debo ir a preparar la cena de fin de año. Sólo dejo la cita con la que Roland Barthes compendia alguna idea de Nietzche: «Lo contemporáneo es lo intempestivo».

Se acerca el intempestivo 2021. Supongo que a cada uno de nosotros nos corresponde decidir de qué forma somos contemporáneos a él.

#MomImInAcapulco y la nostalgia

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La nostalgia no vino de aquellos clichés que recrean la leyenda oxidada de Acapulco: ni de las visitas de Elizabeth Taylor o Elvis Presley, ni de la luna de miel de John y Jackie, ni de la casa de Jhonny Weissmüller o Luis Miguel, ni siquiera de las novelas en ácido de José Agustín o las aventuras alcohólicas de la chilangada que se apuraban por la autopista del Sol y terminaban frente a un océano absorbente y lastimoso.

De hecho, confieso, me parece más contemporáneo ese enchapado populachero del viejo Acapulco (programas del Chavo del Ocho y saga de La risa en vacaciones incluidos) que el spot publicitario de Materiamist que lanzó la Secretaría de Turismo y que, de tan «innovador, fresco y disruptivo», nomás ha servido para la chacota y una alta producción de memes:

 

 

Se le ha criticado lo racista y lo clasista; lo agringado del lema #MomImInAcapulco; los furries con percha indie (más Sleep Party People que retorcimiento erótico) y su insinuación, dicen, hacia el turismo sexual; la frase «un lugar sin reglas» que parecería celebrar la violencia que la bahía ha sufrido en los últimos tiempos; y hasta la voz de la locutora, que querría semejar los copys aspiracionales que venden carros o celulares pero nomás no le salió.

En realidad me dio nostalgia por un pasado recentísimo, tanto que todavía parecería estar entre nosotros, pero que el despropósito de la campaña exhibe su anquilosamiento. O más autobiográfico: hace apenas tres años, sexenio de Peña Nieto, redactaba lemas tipo #MomImInAcapulco para promover lo que entonces se llamaba pomposamente marca-país. Trabajé con un equipo encantador, teníamos la consigna de posicionar al país como una franquicia contempo-etno-trendy-posmo-fashion-fusión. Debíamos encontrar chefs oaxaqueños que triunfaran en Japón con sushi de huitlacoche, mariachis croatas (los encontramos), diseños de tenis que recuperaran el misticismo huichol o estudiantes de Cuernavaca que gracias a su perseverancia y talento participaran en las olimpiadas matemáticas de China o Finlandia.

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Por ahí hubo incluso uno de estos pedeefes por los que las consultorías ganan miles de dólares que explicaban cómo el mundo (Estados Unidos y Canadá eran el mundo) estaba harto del folclorismo mexicano y le urgía una mirada «fresca y disruptiva» que destacara su ubermodernidad. Que en la práctica quería decir: promover lo mexicano de Santa Fe o Polanco siempre y cuando tuviera certificado de provenir de Santa Fe o Polanco. Candoroso storyteller, el documento imaginaba una relación estrecha de Estados Unidos con un México sofisticado, que atraería enormes inversiones gracias a una imagen innovadora, agresiva y competitiva. Neoliberal, pues. El documento ternurita no sabía que poco tiempo después aparecería Trump y que entonces la historia sería otra.  

También vino López Obrador y su política (¿honesta? ¿estratégica?) hacia los pobres o marginados, y la exhibición de la vulgaridad del mirreynato y el fififato. Pero más allá de la grilla doméstica, en todo el mundo se han ido agregando reflexiones varias sobre racismo y clasismo, el redescubrimiento de las comunidades indígenas y la necesidad de crear nuevos términos para dialogar con ellas, la crítica a la apropiación cultural y el recelo a la fábula del melting pot. La marca-país que hicimos tan entusiastas en 2017 ahora sería impensable, o al menos pediría continencia. Aquí se agrega la emergencia sanitaria mundial del covid-19 y la odiosa obligación de la distancia social y el confinamiento: los paradigmas cambian radicalmente y la idea de un Acapulco fresco y disruptivo se convierte de inmediato en un discurso imprudente y hueco.

Pero hay algo más: aquella fiesta de las décadas pasadas de romper las reglas y crear un estilo propio, de reinventarse desde el outfit del Instagram o la crónica mochilera del youtuber patrocinado por hoteles boutiques y restaurantes fusión, está en sus últimos momentos.

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Los primeros veinte años del siglo XXI vivieron una fantasía existencial-erótica-turística que en México, por ser esquemático, le llamaría el Territorio Telcel. Más allá de la cobertura monopólica, la red telefónica proponía una aventura intensa y constante de atmósferas, montañas, comunidades pintorescas (Pueblos Mágicos, se llamó la campaña turística que con tanto éxito empujó el gobierno federal) e individualismo triunfalista, que alternaba fiestas whitexicans con una subjetividad que se precipitaba epifanía tras epifanía. Este cuento provino del road movie de los noventa y de una idea muy Generación X de preferir la movilidad contra el stablishment godín y sedentario.

Ocurre que a la fantasía del viaje se contrapuso el grillete de la disponibilidad total desde las redes sociales y los celulares, el ideal de la independencia se descarapeló hasta devenir precariedad, el impulso de la aventura está enrocado entre el coronavirus y la fragilidad de las economías, que no habían agregado a sus presupuestos una crisis sanitaria que también es social y cultural.

Lo más apolillado de #MomImInAcapulco no es la anécdota racista-yanqui-clasista que se encuentra en la superficie: es su idea tan rápidamente antigua del turismo, del viaje, del fulgor individualista, que se ha rebasado desde la evidencia de la precariedad y la exclusión social, y además en una coyuntura donde no hay éxito, sino sobrevivencia. Ahora estamos conectados no por la aventura sino por el recelo entre sanos o enfermos, y miramos paisajes, bailes y reinvenciones personales desde una utopía de la inmunidad, somos responsables hasta la desconfianza y modestos en el intento de las hazañas.    

 

 

 

Made in Mexico, la antigualla contemporánea

made-in-mexicoDebe ser irresponsable redactar un comentario sobre el reality show de Netflix Made in Mexico cuando solamente vi 20 minutos del primer capítulo; ocurre que: 1) con esos minutos tuve claro de qué iba y no necesité más; 2) me pareció más interesante quitarme las pelusas que se habían ido acumulando en mi ombligo.

No es que me diera la patriotería resentida, ni que se me trepara el chairo de la Cuarta Transformación; ocurre que la apología costumbrista-sociológica-psicosomática del fififato mexicano ya lo he visto montón de veces y ésta, con veinte minutos de ranchos, danzantes aztecas sahumando gringas en pos del mexican curious y barbones en jeep que dicen tener muchos problemas, pronto me aburrió.

A fin de cuentas ya he visto una tradición larga  de estos relatos: cine de añoranza porfirista, La región más transparente de Carlos Fuentes, mucha de la narrativa de Juan García Ponce y algunas crónicas incisivas del Monsi en Amor perdido, Julissa y Enriquito Álvarez Felix pervertidos en el Chilango Profundo por los Caifanes, hartas Niñas Bien y Yeguas de Polanco de Guadalupe Loaeza.

Justo la frase que condensa la vocación de Televisa —junto con aquella de hacer televisión para jodidos— es Los ricos también lloran, el título de su telenovela emblemática. El argumento son ricos y pobres de cartón piedra a los que les roban sus hijos y cuando crecen se convierten en Guillermo Capetillo. Pero el título instaura un propósito poderoso, que mantienen muchos creadores de medios: contra las clases populares, que son un mazacote dicharachero, alegre y luchón, los del varo ostentan no solamente mansiones y carrazos, también dilemas sofisticados, pensamientos sutiles, linajes de prestigio —descendientes de Moctezuma, por ejemplo— y proyectos de vida fascinantes: tener los mejores bares de la ciudad, diseñar ropa con motivos religiosos o impulsar ONGs con folletería primorosa.

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Made in Mexico no pretende ser más ni menos que la televisión basura al estilo de The Hills o Las Kardashian. La duda es por qué si los productos gringos motivan morbo culposo del sabroso, Made in Mexico parece una patada en los huevos. Se me ocurre que los primeros, aunque sea en el imaginario gringo, alientan a la plausible aspiración de ser tan ricos y vulgares como los personajes de las series, es el cuento del self-made-man que sustenta el sueño americano. En nuestro caso, la opulencia de los Made in Mexico no llama a la aspiración sino a la veneración de patrones y patronas tan divinos. Made in Mexico actualiza castas y estamentos, reafirma la imposibilidad de la movilidad social.

Pero además esta fantasía de la opulencia, que tuvo mejores resonancias durante la época cándida de los sexenios panistas —la filosofía de Echarle Ganitas y Perseguir Tu Sueño— se ha erosionado hasta una actualidad en la que las élites representan vacuidad y estupidez. La irrupción del mirreynato terminó con la idea de las clases altas ilustradas y evidenció su indolencia ante la realidad del país. Por eso sus historias, en los últimos tiempos, sólo han podido contarse desde la farsa: la torpeza boba de los Nobles en Nosotros los Nobles, el enorme idiota que es Chava Iglesias en Club de Cuervos, las tras-gre-sio-nes-e-ró-ti-cas-con-ta-fil en La casa de las flores y hasta el cantor trágico que no se sabe embarrado entre nectes perversos y corrupción en Luis Miguel. La serie.

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Made in Mexico querría ser más glamour y menos payasada, más conflictos reales de los pobres niños ricos y de refilón hacer propaganda de un México aspirante (otra vez) al primer mundo. Pero esta inmersión pide empatía, y la verdad es que apropiarnos de los conflictos de una rubia ojiazul que no le creen que es mexicana apenas y nos mueven el pelo: los hemos visto en tantas entrevistas de socialitos y negocios, en tantas semblanzas de diseño o foodies, en tantos videos de filantropía y emprendedurismo, que no dudamos en que saldrán adelante, y tampoco dudamos en que nos importan un carajo. En un país que está aprendiendo a cuestionar privilegios, ¿qué puede importarnos una presentadora de tele matutina indecisa entre ser cantante o mamá?

El repudio a Made in Mexico muestra la urgencia de superar estos personajes y estas historias. El México que representan se canceló patéticamente con el sketch de Peña Nieto y Chumel Torres. Y no es que los cambios políticos traerán mejores historias, pero sí están pidiendo otros personajes y otros temas. El México contemporáneo de Made in Mexico quedó anquilosado y por eso el fastidio ante la serie: los personajes son nuevas antiguallas mediáticas para espectadores fastidiados y urgidos por cambiar paradigmas.

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Por una política ambiental con los aluxes

tinieblas_alushe_tinieblasjr_a_900.jpgLa próxima secretaria de Medio Ambiente, Josefa González Blanco Ortiz Mena, dijo en una entrevista que cree en los aluxes. «Sí existen, no es leyenda popular, sí nos asustan, fíjate que donde está el cenote hay huellitas como de manitas chiquitas». Detalló que hay un registro histórico de ellos en un dintel de Toniná, Chiapas, «son los guardianes de la selva, pero son duendes y como duendes no son ni buenos ni malos, son lo que tienen que ser, lo que quieren ser».

Muchos con su capacidad de raciocinio bien entrenada enseguida pegaron el grito en el cielo y criticaron a la futura funcionaria.  Yo busqué un alegato de García Márquez a favor de un mundo con más astrología que tecnología pero no lo hallé (si alguien la comparte se agradecerá). También pensé en las advertencias contra la homeopatía, las leyes de la atracción y Claudia Lizaldi no queriendo vacunar a sus hijos. Es complicado hallar un punto medio, más para un Tauro con tendencias conservadoras, según reseña mi carta astral.

Debate aparte, siempre es bueno recordar que muchas decisiones políticas importantes se han tomado con ayuda de fuerzas sobrenaturales, ahí está Hitler asesorado por brujos, Rasputín y su influencia en los zares rusos, o Nancy Reagan, que revisaba el horóscopo para avisarle a su marido cómo gobernar.

En México Panchito Madero consultó a los espíritus para armar el borlote de 1910, Plutarco Elías Calles tenía de santón de cabecera al Niño Fidencio, y todavía se recuerda aquella chacota noventera en la que el procurador Antonio Lozano Gracia requirió los servicios de la vidente La Paca para encontrar el cadáver del diputado Manuel Muñoz Rocha, quien desapareció tras haber matado (quesque) al presidente nacional del PRI.

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Estos antecedentes hacen del todo plausible contemplar a los aluxes en el nuevo Plan de Desarrollo. Sin considerarme experto en el tema, lanzo algunas propuestas que llevaré a Democracia Deliberada o donde sea que se estén generando las ideas del próximo gobierno:

  • Los aluxes son crueles con quienes roban cosechas o talan sin permiso, pero ayudan a quienes tratan el entorno con respeto. Resultarían una muy eficiente policía forestal.
  • Cuidan las casas de sus dueños originales; cuando mueren se ponen al servicio del nuevo inquilino siempre y cuando los traten bien. Serían vigías celosos contra la gentrificación, pues tirarían cazuelas y apedrearían casas apenas los nuevos inquilinos se revelen organic-gluten-perrhijos-trasngeneric-free.
  • Tienen buena comunicación con los animales. Un grupo de aluxes provistos con cámaras digitales podrían surtirnos de inesperados gifs de gatitos (aw), perritos (aw), vaquitas (aw), cerditos (aw) y cabritas (aw) en su más inédita intimidad.
  • Con los aluxes podría crearse un corredor ecomístico con los nahuales del golfo de México y los tlalcoyotes que protegen los bosques del Altiplano (el norte podría quedar al mando del Chupacabras; pronto se desarrollará en otro post).
  • Algunos aluxes pasarían al servicio diplomático para establecer contacto con los leprechauns irlandeses, crearía una sinergia en conocimientos cerveceros y de fabricación de calzado.
  • Sería una oportunidad invaluable para que aluxes con ganas de perseguir su sueño tomen becas en Hogwarts y, de ser posible, se integren al Ministerio de Magia.
  • Incluso para los escépticos que creen que los aluxes son una pachecada: resultarían unos guías psicodélicos de gran valía ahora que se legalizará la mariguana.

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No sólo la próxima secretaria del Medio Ambiente: campesinos, artesanos, músicos, poetas y cocineros creen en los aluxes porque creen en algo hermoso: la posibilidad de que las selvas y los cenotes tengan un halo mágico, que trasciende las obtusas contabilidades de los clústers industriales o filantrópicos. Y además, con plena legitimidad: los aluxes estaban antes de que llegáramos y los volviéramos superchería, tema de tesis o atractivo turístico; con los favores de Yum-kaax, dios del maíz, seguirán ahí cuando nosotros y nuestro escepticismo hayamos desaparecido.

El Peje Presidente, ¿cómo se celebra esto?

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Ahora lo pienso y sí debimos habernos visto cursis: con carrerita de peli setentera en la esquina del Eje 8 y el Eje Central, el abrazo fuerte, la alegría contenida. «No sé qué hicimos», dijo Natalias. «Ni yo», respondí. «Lo logramos». «Ya sé». «No sé si hicimos bien». «Yo tampoco». En el trolebús, cinco chavos llamaban por sus celulares. «No mames, salte de tu casa, esto es histórico. HIS TÓ RI CO». «Dile a tu jefe que no mame, que no habrá otro momento así». «¡Ganamos, cabrón, ganamos!» El resto de los pasajeros, aunque mantenían la compostura, esbozaban sonrisas, les brillaban los ojos, miraban a la calle como si miraran a la Historia.

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Me gustaba más el López Obrador de 2006. Traía el impulso de la jefatura de gobierno y un discurso echado hacia adelante, que desde cierta narrativa ingenua redondeaba la novedad pirotécnica que fue Vicente Fox. Y no hizo un mal gobierno: instauró la pensión a adultos mayores, fundó una universidad, chuleó el Centro Histórico, creó la primera línea del metrobús, aunque también se aventó esa aberración de los segundos pisos y puso unas jardineras horrorosas en Reforma. Pero más importante: dotó a la capital de una personalidad que no había tenido durante décadas, cuando fue apéndice de los gobiernos priistas. El periodo de Cuauhtémoc Cárdenas fue tan corto que apenas y logró alguna transformación. La suplencia de Rosario Robles trajo claroscuros que anunciaban al personaje ambiguo actual. López Obrador sería el primer Jefe de Gobierno avocado por completo a su responsabilidad en el Distrito Federal. Y logró, en general, una gran sinergia. El orgullo de ser chilangos, de ver que se podía reinventar el entorno, de sentirnos parte de una metrópolis que vibraba y desplegaba color, emoción, que tomaba su sitio como una de las más importantes del mundo. Nos relamíamos los bigotes: imagina esa vibra en todo el país…

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Con Natalias esperamos a Julia en la calle de Madero, afuera del Sanborns de los Azulejos. Al inicio no hay mucha gente. Grupos de amigos, parejas, algunas familias. Todos nos miramos con recelo. Esta calle ha sido la entrada de muchas manifestaciones en las que hemos participado: para protestar contra fraudes electorales, para conmemorar la matanza de Tlatelolco, para el movimiento antipeñista de YoSoy132, para reclamar contra la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa… Siempre marchas furiosas, que reclaman, que aun con la energía que da lo colectivo contienen mucha impotencia. ¿Cómo se hace una marcha para celebrar? ¿Hay algo qué celebrar?

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Entre 2005 y 2006 está el verdadero inicio del siglo XXI mexicano. Ahí conocimos, ante un PRI disminuido, cómo eran los enfrentamientos reales entre derechas e izquierdas. El desafuero contra López Obrador, la campaña electoral «Un peligro para México» del panismo, el fraude, la toma del Paseo de la Reforma del Peje, la guerra de Calderón contra el narcotráfico para legitimarse… Se nos vino la violencia que ha vivido el país por la lucha entre Ejército y carteles, pero también la polarización social, la discriminación agresiva o irónica contra los prietos, los chairos, la equivalencia entre el Peje y el Wiskas (porque ocho de cada diez gatos lo prefieren), el adoctrinamiento cuasi clerical de que El Cambio Está En Uno. Esta ideología neoliberal buscaba ordenar los estamentos, pero también tenía el fin de sabotear la llegada de López Obrador al poder. Y con esta saña lo convirtieron en el político mexicano más importante del siglo. Este odio contra López Obrador abarca todo: su habla costeña, su ropa modesta, su filiación priista en sus primeros años de vida política, sus frases «Cállate chachalaca» o «Al diablo con las instituciones», que respondían a las agresiones antes fraguadas contra él. El ataque ha abarcado, por extensión, a toda aquella persona que no ostente la «clase» de la «gente bien». Y la paradoja es curiosa: López Obrador, un político local que de inicio podría confundirse con muchos otros, se ha convertido en un símbolo  gracias a la estigmatización de la derecha. A Andrés Manuel López Obrador lo crearon sus adversarios. Ellos son el principal motor de su popularidad.

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El famoso eeeeeeeeehhhhhh PUTO que ha causado controversia en Rusia 2018 se reformula con la balada «Entrégate», de moda por la serie de Luis Miguel. Y en la calle de Madero, rumbo al Zócalo, vuelve a reinventarse:

—Eeeeeeeeehhhhhhhhhh—ntregate, aún no te siento…. deja que tu cuerpo se acostumbre a Obrador….

Un señor mayor que el promedio arenga: «Yo marché aquí cuando el fraude de 1988, cuando se cayó el sistema y le quitaron la presidencia al ingeniero Cárdenas».

Detrás, una decena de personas lanza el grito emblemático que hace doce años siguió al fraude de 2006: «Es un honor, estar con Obrador; Es un honor, estar con Obrador».

Casi al llegar al Zócalo, una veinteañera guapa hace acrobacias con su smartphone para tomarse la selfie. Fácilmente podría haber participado, hace seis años, en YoSoy132.

El arco generacional es innegable. Andrés Manuel López Obrador no solamente es él. Son treinta años de luchas, fracasos, recomposiciones. Por supuesto, con sus asegunes.

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No voté muy convencido por el Peje. Me molestó la alianza con el ultraconservador PES. Peor, cuando Germán Martínez y Manuel Espino, adversarios de la derecha en 2006, se incorporaron a su campaña. El agregue de Gabriela Cuevas, la panista que en 2005 le pagó la fianza antes de que lo encarcelaran y lo convirtieran en un mito irreversible, ya fue un chiste total. Coincido en que el pragmatismo político de Morena diluye su supuesto aliento de izquierda y hacen de todo el espectro partidista mexicano una ensalada con demasiados conservadores: nacionalistas del PRI, históricos del PAN, ambiguos o confundidos, según se vea, con Morena. Pero tampoco creo en la abstención o el voto nulo. Entiendo su simbolismo pero me parece el grito de un afónico: cuando se cuentan los votos, pocos señalan -capaz lo haga alguna esmirriada tesis para licenciatura de sociología- este clamor ausente. Y ni el PAN ni el PRI pueden considerarse opciones.  Pero incluso cuando taché el nombre de AMLO pensé: «es lo menos peor».

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Una niña en los hombros de su padre juega con un muñeco de López Obrador. Una chica de pinta feminista trae su máscara del Peje y caderea muy intenso frente a una batucada. Muchas banderas de México y de Morena. Un helicóptero da vueltas alrededor del Zócalo. Luces rojas de los drones. Los miramos con el miedo atávico de un grupo de estudiantes reunidos en Tlatelolco. «Nah», explica un fulano grande, detrás de nosotros: «no pasa nada. Ya lo aceptó Meade, Anaya y Peña Nieto». Tranquilidad y esta sensación incómoda de haber pedido permiso. Y que ahora sí haya sido otorgado.

car1¿Qué hace distintos los festejos del triunfo de Vicente Fox en 2000 con los de Andrés Manuel López Obrador en 2018? Una hipótesis macabra: casi 103 mil asesinatos en el sexenio de Calderón, más de 104 mil muertos en el de Peña Nieto. El México que hizo presidente a Fox no tenía problemas tan letales. A Fox se le festejó con una alegría explosiva, anonadada, candorosa: por fin logró sacarse al PRI de Los Pinos. Y él agregaba su carisma: el personaje de boca floja y supuestos arrestos para enfrentar lo que viniera. Lo que siguió de su sexenio provocó enormes arrepentimientos en quienes votamos por él.

El festejo de Andrés Manuel López Obrador tiene más recelo que alegría. Agobia la bulla agorera.  ¿Sí vamos a convertirnos en Venezuela? ¿Vendrá la crisis pavorosa por la irresponsabilidad en las finanzas? ¿Habrá ley mordaza contra sus críticos? ¿Buscará reelegirse? ¿De verdad lo apoyaron los rusos? ¿Cómo hablará con Trump si no sabe inglés? Pero en 2018 ya hemos aprendido a enfrentar la guerra sucia. Ahí es valiosa la intervención de Tatiana Clouthier, que uno a uno iba desmontando los presagios del PRI y y el PAN. Y junto a ella, montón de gente relativizaba los ataques: por supuesto, seremos la Venezuela del Norte. Y claro, hay tanta injerencia de los rusos que ahora AMLO se llamará Andrés Manuelovich. Y también: cuando se nos pide el voto «útil, razonado», que no nazca del impulso sino de la reposada reflexión, reflexionamos reposadamente: los muertos de Calderón, los muertos de Peña Nieto, la Casa Blanca, Ayotzinapa, Tlataya, OHL, Odebrecht…

¿En qué se distingue el festejo de Fox del de AMLO? En la muerte. En dieciocho años funestos que queremos que terminen. Y no se sabe si López Obrador logrará cambiar el estado de las cosas, pero seguro hará algo diferente a lo que hicieron dos gobiernos panistas y uno del PRI.

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Se sabe: la diferencia entre las promesas de campaña y la realidad del gobierno será decepcionante. La soberbia de López Obrador será magnificada al extremo de llamarle autoritarismo. El menor tropiezo será evidencia de total ineptitud. La mayoría de Morena en el legislativo es un riesgo que no se puede soslayar. Ni el sexenio de Calderón, ni el gobierno de Peña Nieto, serán tan vigilados, criticados, cuestionados, como éste. Estas certezas flotan y enrarecen la fiesta del 1 de julio en el Zócalo. Pero también, la gente comparte una idea: «hay que colaborar, hay que cuidar, hay que ayudar para que esto salga bien». Y esta idea crea otra energía, menos candorosa que comprometida: este gobierno, aun ineficiente o maltrecho, será nuestro. La experiencia que viene, que puede tener éxito o ser catastrófica, nosotros la elegimos. Lo que siga, la restauración -la Cuarta Transformación, le llama él- o el desastre, será el riesgo que votamos. Y esta elección incierta causa una sonrisa contenida de aventura, de orgullo. «No sé qué hicimos», me dijo Natalias un par de horas antes. «Ni yo», respondí. «Lo logramos». «Ya sé». «No sé si hicimos bien». «Yo tampoco». «Me siento contenta». «Yo también».

Cómo influirá el zodiaco en las elecciones de 2018

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No me preocuparía esto porque creo en las ciencias políticas, la sociología, las encuestas Gea-Isa (jo, el desastre de hace seis años con Ciro y sus encuestas Gea-Isa) y el fraude patriótico, esquemático e institucionalizado, que no nos dará al candidato electo, sino al que no nos quedará de otra. Pero en el periódico Reforma apareció la nota sobre el sorteo para saber quiénes serán los funcionarios de casilla en la jornada electoral del 1 de julio. Tendrán el honor quienes hayan nacido los meses de febrero y marzo.

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Y pues uno como mexicano ya ve moros con tranchetes por todos lados. Y forzando el músculo periodístico atisbé una indagación importante: nacidos en febrero y marzo, los funcionarios de casilla serán Acuario (del 20 de enero al 19 de febrero), Piscis (del 20 de febrero al 20 de marzo) y Aries (del 21 de marzo al 21 de abril).

Sería extenuante revisar las caracterizaciones de estos signos zodiacales para dar un comentario detallado sobre lo que nos espera. Dejo la tarea a algún analista comprometido, quien seguramente hará un mejor trabajo. Pero para efectos didácticos del post, me quedo con la descripción ya clásica de cómo se cambia un foco según cada signo zodiacal. Aunque esquemático, podría servir de orientación:

aries¿Cuántos Aries se necesitan para cambiar un foco?
Sólo uno, pero se necesitarán muchos focos.

1386957828_znak-zodiaka-vodoley.gif¿Cuántos Acuario se necesitan para cambiar un foco?
Van a aparecer cientos de Acuarios, todos compitiendo para ver quién va a ser el único en traer la luz al mundo.

1386957360_znak-zodiaka-ryby¿Cuántos Piscis se necesitan para cambiar un foco?
¿Qué? ¿A poco se fue la luz?

Desde aquí se puede temer el desgarriate que habrá en las casillas el primero de julio.

Ya veo a la presidente Aries revisando colérica cada credencial de elector y sospechando tranzas en la falta de bigote, exceso de barba, maquillaje excesivo o ojeras pronunciadas en los votantes, mientras el secretario Acuario intenta apaciguarla explicándole que uno somos todos y todos somos uno, y que lo más importante es reconocerse no en cada elector, sino en la identidad superior y diáfana del

ELECTORADO

ante el muy justificado recelo de los representantes de los partidos; la presidente Aries apurando a cada votante, truene de dedos porque cruzar el logo del partido es para ahorita, si ya tuvieron seis meses de publicidad por qué tardan tanto. Y entonces el secretario Acuario recordaría: que en su rol al Sayulita Fest se le aparecieron cual Caballeros Jedi: Heberto, el Doctor Nava y Maquío, y le explicaron que un voto es un voto, y que los votos por votos florecen casilla por casilla. El presidente Aries respondería que se dejara de mamadas porque él ya arruinó tres sábanas informativas en su apuro por tener el conteo completo de los votos; el secretario Acuario iluminaría: «respira, visualiza, contabiliza».

Ahí el escrutador Piscis les preguntaría si no quieren chamoy.

Tal vez Acuario de presidenta y Aries de secretario funcionaría mejor: presidenta Acuario pediría que funcionarios y representantes se tomen de las manos, lancen su mirada al interior y sientan cómo va emergiendo, desde las brumas, en su forma primigenia, la palabra:

DEMOCRACIA

Mientras, el secretario Aries apuraría porque todavía hay que vaciar urnas, contar votos, firmar actas y llevarlas -qué enredado- al Consejo Electoral. Y mostraría cuchillos, macanas y chacos prestos a enfrentar a los agentes del fraude, dos meses de practicar autodefensa para dirimir irregularidades a magullones y puños, en nuestra casilla las chingaderas no se vuelven a hacer.

Entonces se asomaría Piscis: «¿qué están contando? ¿Neta no quieren chamoy?»

Puede haber un escenario más en el que Piscis sea presidente. Y pregunte:

—¿Dónde está la engrapadora?

—¿Cuáles son las actas?

—¿Si nos trajeron de los fólderes bonitos, los que se doblan así? (y le haría «así»).

—¿Quieren chamoy?

Los Aries desesperados, los Acuarios visionarios, los Piscis (¿también estamos los Piscis?) tendrán en sus manos, en cada una de las casillas, el destino de México.

No es para preocupar, sí para tenerlo en cuenta.

—o—

Por cierto, López Obrador es Escorpión (13 de noviembre) y Meade (27 de febrero) y Anaya (25 de febrero) son Piscis.

Piscis.

¿A poco se fue la luz?

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Pero este análisis lo dejo a opinólogos autorizados como Ricardo Alemán, Leo Zuckermann, Pablo Hiriart, Krauze papá y Krauze bebé, Mizada Mohamed y Carlos Marín.

Ellos tienen mejores herramientas.

Ellos sabrán.

 

#SiMeMatan

 

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Ilustración de Eréndira Derbez @

Justo hace un año y pocos días (24 de abril de 2016 para más precisión) el Tuiter mexicano tuvo un momento viral importante con el hashtag #MiPrimerAcoso, que acuñaron Estefanía Vela y Catalina Ruiz-Navarro, como preludio a una marcha contra la violencia a las mujeres. Según las cuentas de Distintas Latitudes, en tres días hubieron más de 19 mil tuits bajo la etiqueta, con testimonios que iban de lo incómodo a lo pavoroso, sobre casos de hostigamiento y violencia sexual. Hay datos más detallados y reveladores que pueden verse acá.

#MiPrimerAcoso fue confesionario de historias que corroían recámaras, memorias atormentadas o realidades entendidas a medias; también funcionó como catarsis y contraseña de identidad. Para muchas chicas significó un primer acercamiento con ideas feministas y de empoderamiento, en otras consolidó intuiciones o malestares que no terminaban de articular.

Un año después, mientras redacto, un nuevo hashtag, #SiMeMatan, hace variación de #MiPrimerAcoso. Que tiene una historia más larga y truculenta.

El 3 de mayo se encontró a una mujer asesinada, aparentemente ahorcada con el cable de un teléfono, en Ciudad Universitaria, territorio de la UNAM. El caso es grave por tratarse de un feminicidio, se magnifica porque ocurrió en el espacio de la máxima casa de estudios, que se quisiera pensar zona segura para toda persona que esté ahí. Ya se veía venir que la protesta iba a ser importante. Lo que está ocurriendo desde hace unas horas desborda el pronóstico.

La madeja inició desde los tuits de la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México, donde hacen síntesis de las declaraciones de la pareja de la mujer asesinada. Los mensajes los retomaron los medios de comunicación sin reelaborar demasiado, por lo que fueron los primeros cuestionados (a mí me tocó leerlo desde @Radio_Formula pero reprodujo algo similar El Universal).

Los mensajes de la Procuraduría fueron:

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Y Radio Fórmula retrucó así:

La víctima de pronto se convirtió en una mujer drogadicta, alcohólica, mala estudiante y hasta violenta con su pareja. Sin decirlo, casi hasta parecería un alivio que alguien se deshiciera de ella. Este ejercicio de revictimización es cosa de todos los días, ya lo habíamos visto con las muertas de Juárez (quien las mandaba a salir a tan altas horas de la noche de sus maquilas, a ser de complexión delgada y pelo largo, como le gustaba a los verdugos satánicos de la frontera norte) y es caso fresco el de los homicidios de Narvarte, cuatro chicas y un muchacho muy probablemente asesinados por órdenes del entonces gobernador de Veracruz, Javier Duarte. En aquella investigación, para difuminar la probable responsabilidad del gobernante, se intentó descalificar a los asesinados por sus actividades como modelos, maquillistas o su nacionalidad colombiana, y se insinuó que su convivencia era como un Sodoma y Gomorra clasemediero que podía hacer hasta justa su ejecución. De alguna manera, estas prácticas de las autoridades y muchos medios nos han entrenado para reconocer la perversión y saber leer entre líneas.

Lo que sigue es más interesante. El enojo por los mensajes fue haciendo variaciones sobre el tema, y sin estar del todo seguro, quiero creer que desde acá @majos_eh disparó el hashtag:

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Que reformuló @soy_sputnik:

¿Hay algún protolocolo moral para ser asesinada y no ser culpable de tu propio homicidio? El tuit pronto se volvió hashtag, reclamo irónico ante la perversión de la autoridad. Pero justo alguna de las virtudes de Tuiter es su capacidad de recrear a partir de una tendencia. Porque entonces, los reclamos airados se fueron convirtiendo en una suerte de profesión de fe (o menos religioso: de identidad). Lo que sigue es al azar:

No me confundo: tengo claro que estas expresiones encaran a la frivolidad y misoginia de las declaraciones de la Procuraduría y su eco en los medios. Son réplicas enojadas a las ofensas que implicaron los comentarios hechos sin un sesgo de género, que dotara de cierta dignidad a la víctima.

Pero me arriesgo: una colección amplia de estos tuits podrían hacer una radiografía de las mujeres que confluyen en las redes sociales, semejante a lo que décadas atrás hizo Gabriel Careaga con su Biografía de un joven de la clase medida (de 1986 y que, por supuesto, habla de un hombre heterosexual y con los privilegios anteriores a una época en que se empezaran a cuestionar los privilegios). Pero ahora el turno es de las mujeres, airadas y enérgicas ante las anquilosadas expresiones machistas, pero también insolentes y orgullosas de su identidad, de sus transgresiones y su derecho a éstas. Desde #SiMeMatan se dicen queer, lesbianas o bisexuales, que les gusta tomar ginebra o caguamas, que tienen relaciones casuales, que han consumido o consumen drogas, que visten sexys y no les interesa el recato, que no siempre son las mejores estudiantes, que leen a Bolaño o a Simone de Beavouir, o que prefieren solamente literaturas escritas por mujeres, que les gusta salir solas en la noche, que andan en bicicleta, que se arrepienten de alguna historia amorosa, o que se sienten orgullosas de otra historia, aun cuando no fuera la más ejemplar.

Minibiografías de la imperfección, autorretratos de fragmentos, que también encaran a El Eterno Femenino e incluso a sus mutaciones modernas, o de ejecutiva voraz, o de amazonas urbana, o madre luchona con certificado de infalibilidad. ¿Qué hacemos los hombres ante este caudal de reivindicaciones, que no entran precisamente en el molde que se nos había enseñado?

No me gustaría creer que éste sea el mejor ejemplo de la réplica masculina, pero aquí está:

A unas horas de iniciado el hashtag, el procurador Rodolfo Ríos declaró como inapropiados los tuits que emitió la dependencia que dirige. Se agradece su aclaración, pero la rueda ya se puso a girar: como hace un año #MiPrimerAcoso, ahora cada #SiMeMatan revela nuevas personalidades de las mujeres. Personalidades fuertes pero también temerosas. Imaginativas y fastidiadas. Que consolidan su sitio en el mundo y lo hacen desde el lugar mas desagradable: defendiendo a sus muertas, temiendo sus muertes. Y como paradoja, celebrando sus vidas desde el enojo y el desafio.

Las mujeres que viajan en los vagones de los hombres

Metro CDMX

La decisión de separarnos a hombres y mujeres en los vagones del metro viene de tiempos inmemoriales, cuando la Ciudad de México se llamaba Distrito Federal y la administraba un oscuro regente al que siempre se le prometía la presidencia del país y nunca se le hacía, probablemente porque se movía demasiado en la foto. Nos apartaban por el mismo motivo que ahora, y era que los hombres se manejaban como machos indómitos cuando tenían a una mujer enfrente. Incontrolables, sudaban copiosamente, los ojos se les inyectaban de sangre y sólo pensaban en cómo manosear a la víctima. A la vejación seguían peleas épicas, bofetadas, enojos y humillaciones. La separación funcionaba como forma de controlar a esas bestias y dar seguridad a las mujeres. En fechas recientes, el separo se ha extendido al metrobús. El argumento es el mismo, si bien se le ha incorporado la cháchara antropológica —patriarcado, heteronormatividad, micromachismo, onvresfrájilesnochinguen— que reviste el asunto de cientificidad.

Que sea necesaria esta división no quiere decir que guste. Y pasa menos por el tema de compartir el vagón, que por la humillación decretada y oficial que supone el estigma, lo que hace de nuestras ciudadanías improvisados esbozos. Lo triste es que cualquier alegato tropieza con el imbécil que, ahora, en cualquier ruta del metro, intente alargar la mano hacia alguna muchacha. Y los reclamo de los hombres se topan de bruces con la realidad de la violencia sexual y los feminicidios. La idea de urgir leyes más precisas y efectivas no es suficiente para cancelar las recriminaciones. Ya ni siquiera se vale decir que no todos los hombres son barbajanes, de inmediato sigue la réplica: nitidislishimbrissinbirbijinis, como diría el meme.

Resignados, pues, ahí vamos los fulanos al apartado del corral que nos corresponde. De la lejanía nos llegan testimonios de las escenas espeluznantes que se viven en el otro separo. En esa celebración de la igualdad de derechos y las victimizaciones mujeriles, las doñas, doñitas y doncellas se dan con el chongo por conseguir lugares, marcar territorio o escanear el outfit ajeno.  Hay historias impresionantes de señoras con bolsas del mandado que jalonean inmisericordes a las secres flacuchas que intentaban enchinarse las pestañas con una cuchara; viejitas a las que les arrebata el asiento alguna embarazada de oficio; ñoras empoderadas con bolsas de Zara que se consideran dignas de la mejor atención; o guapas de corta duración, quienes no soportan que alguien les arruine la tersura de las medias. Testimonios de uñas filosas como garras, mordiscos, gritos y maldiciones de barrio bajo, que haría palidecer a la más prístina sororidad.

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Por eso, algunas han estado optando por otra ruta, que les han dicho que puede causar su perdición. Y van y se meten al vagón de los hombres. Que tampoco es el paraíso, falso que los hombres seamos un bloque monolítico que sólo pensamos en futbol y cervezas, aunque sólo pensemos en futbol y cervezas; también hay juegos de poder que se solucionan desde la posibilidad de los madrazos.

Ya güevuditos, cuarentones o veteranos de la andropausia, los hombres seguimos siendo el buleador que coleccionaba puerquitos en la secundaria, el fanfarrón que le subieron el sueldo y se siente el más ligador del vecindario Tinder, pícaros garañones, torvos de ideas macabras que se expresan en monosílabos. Todos estamos listos para rifarnos el tiro, mostrar quién es el más cabrón o el más hijo de puta. Justo la posibilidad de esa violencia nos hace firmar aburridos armisticios. Nos observamos con cansancio, podríamos desafiarnos pero no hay tiempo, hay que marcar tarjeta en la oficina, o volver a casa y dormir con el primer Xolos-Necaxa que aparezca en el televisor.

Entre esta pesadez, de pronto aparece una mujer en el vagón. Ni guapa o fea, ni joven o madura, o gorda o flaca, o sonriente o malencarada; entra y las miradas cambian, la indiferencia se alerta frente a la prueba. La educación machista deja una cosa clara: seguro que alguno de nosotros intentará pasarse de cabrón. Y ya se alistan las imprecaciones, los No Te Pases De Verga, las rompederas de hocico.

No sé si la chica se da cuenta de las miradas que se cruzan, tampoco sé si le son indiferentes o le hacen sentirse distinguida, a fin de cuentas no es una privilegiada, va en el mismo ritmo apretujado de enfrenes y aceleres que los demás. Pero los ojos alertas la cuidan para cuidarse a sí mismos. No queremos que un imbécil haga una pendejada y obligue a atrasar al metro media hora, no queremos poner a prueba la capacidad de explotar la violencia que sofocamos ante el jefe imbécil o el cliente obtuso. No queremos desperezar rencores, frustraciones, decadencia, el frágil equilibrio de ser nosotros. Pero además, estamos en el momento de mostrarle a la muchacha intrépida (y con ella, a toda la sororidad que lleva alrededor) que no somos los animales incontenibles que describen, que la gran mayoría preferiríamos llevar la fiesta en paz.

Las cuatro o cinco estaciones que dura la ruta de la chica se agudiza el pacto de vigilancia y protección. Cuando ella baja, deja la fragancia desvaída de su shampoo. Y así como la presencia disparó una comunicación oscura de alerta, su abandono deja un extraño ambiente de consuelo. Capaz y ella es el inicio de una nueva forma de comunicarnos con el vagón del que se nos ha separado.

Una chica en el vagón de los hombres es la oportunidad de demostrar que no somo un hiato de imbéciles; por eso la protección y la tensión, pero también el arrobamiento de tener entre nosotros a la intrépida invitada.

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El Oxxo, ese locus amoenus

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Se pusieron de moda los Oxxos por una instalación del artista Gabriel Orozco en la galería Kurimanzuto,de la colonia San Miguel Chapultepec.

El Oroxxo es un Oxxo idéntico a todos: mismo logo, mismos estantes, mismos productos chatarra y mismas dos cajas: una para que te cobren y otra para que te digan que debes ir a la otra caja para que te cobren. Hasta los empleados son originales. «Nosotros sí somos del Oxxo», aclaran apresurados, antes de que uno los aprecie estéticamente y los considere símbolos del patetismo postidentitario postcolonialista postergado postensequietos del siglo XXI.

juan-gabrielLa diferencia está en que ciertos artículos se intervinieron con calcomanías de circulitos, que según entiendo son sello del autor. Entonces los artículos —papitas, yogurth, condones, la revista «¡Siempre en mi mente!» de homenaje a Juan Gabriel— adquieren estatus de pieza artística y cuestan chingo de dinero más. Los mamadores que los compren pueden presumirlos como centros de mesa, en la recámara del hijo (advirtiéndole que no es para comerlo sino para regocijo del espíritu) o en el interior del refrigerador.

Como me he estado formando en esto del arte contemporáneo (también fui a Zona Maco y vi unas primorosas bolsas negras de basura en bastidor) entendí que debemos superar la pregunta ociosa de si esto es arte o no es arte, a riesgo que te comparen con Avelina Lesper, la Voldemort del arte contemporáneo. Mejor hay que meditar profundamente si el trabajo de Orozco es posible porque cada obra interactúa con su entorno y cambia durante el proceso, lo que hace que la obra esté más relacionada con lo accidental que con lo predeterminado… Y alegrarte cuando ves que tu reflexión es idéntica a la de la curadora Briony Fer.

Mi conflicto con el Oroxxo es que en el fondo (y en la superficie y en los costados) sigo siendo un romántico y pienso en los Oxxos más como un retablo de la compasión y la decadencia. Mi Homero Simpson interior se regocija con los rojos y amarillos de su logo, pasea emocionado por los pasillos de las galletas o las papitas y antes le coqueteaba a las cajeras, hasta que por fortuna me deconstruí. Entiendo lo de la psicología de los colores cálidos y el Oxxo lo cumple a  la perfección: uno quisiera quedarse todo el día y toda la noche bajo esa luz artificial, cobijado por cualquier promoción de bimbo o sabritas.

 

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Los Oxxos (o Seven Eleven, o el nombre que tengan estas tiendas de conveniencia) me parecen de los no-lugares más queribles, en tanto aún tienen reminiscencias de las vetustas tiendas de abarrotes que ciertas niñeces todavía logramos conocer. Pero no cuesta mucho encontrar las diferencias: mientras los abarrotes buscaban proveer a familias numerosas y sólidas, tan pesadas como sus catolicismos, sus licenciaturas o sus casas de fastuosa escalera telenovelera, los Oxxos están diseñados para gente sola o familias light, casi improvisadas: hombres o mujeres que renunciaron a los matrimonios y se preguntan en las noches quiénes los soportarán de viejos; jóvenes que empiezan a vivir solos y necesitan improvisar Mi Primera Trasgresión con un six de cervezas y una cajetilla de cigarros sin filtro; parejas dinkys con perrhijos y noches de Netflix, que se las arreglan con pequeñas provisiones: una latita de rajas y un paquete de diez tortillas resecas de Milpa Real bien resuelven las necesidades de un consumidor sin mucho interés en quedarse en ningún sitio, que prefiere desentenderse de la gravedad de sus relaciones personales o del espejismo del internet.

Porque el consumidor del Oxxo además es un consumidor asiduo, enfermizo, de la chatarra de la web: videos prescindibles de PlayGround, listas de libros que no interesa leer, playlist o streamings en el que es intercambiable la película de serie B como el blockbuster del año 2009 (¿cuál fue?), que la masterpiece de 1938 que nadie ha visto pero todos mamonean —porque nuestra principal forma de socializar, ahora, en las redes, es justamente mamonear.

¿Dónde está entonces el encanto de una tienda de productos efímeros para gente efímera? Justo en esa ilusión de permanencia de la fugacidad. En una era donde no son seguros los empleos, las parejas, incluso los apostolados o las convicciones, da tranquilidad reconocer un Oxxo cada dos esquinas, como en su tiempo lo fueron los Sanborns, viejos abuelos que aún creían en la prosapia de los individuos.

Quise hallar, no la encontré, alguna ilustración que igualara a los Oxxos con la famosa Noctámbulos del clásico Edward Hooper.

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En lugar del ascetismo gringo, aquí veríamos a un tipo de sudadera hiphopera, ligeramente obeso, con menor veneración hacia su café —que además sería un café Andatti y qué difícil venerar un café así—. Mostraría al Oxxo como el centro de confluencia de quienes hemos perdido la habilidad de confluir: mentes dispersas a la caza de cualquier paquete de algo que se coma, que se beba, que muy en el fondo agradecemos la media sonrisa mercadotécnica de los vendedores, tan fastidiados pero tan bien capacitados en sus cursos de atención al cliente.

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